P R Ó L O G O

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Abigail

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Abigail.

¿Alguna vez has sentido que la vida se escapa de tus manos?

Así me sentía en este momento, sentada frente al médico que había llevado gran parte de mi salud a lo largo de los años mientras de sus labios salían las palabras más aterradoras y devastadoras que podía imaginar.

Mi hermana estaba enferma.

Mi hermana melliza tenía cáncer.

— ¿Abby? –Preguntó mi madre y volteé mi rostro en su dirección, notando como sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas que por orgullo no dejaría caer. - ¿Nos escuchas? –Repitió una vez más. –

— Si, mamá. –Respondí con un nudo en la garganta, dejando mis manos en puños sobre mis rodillas. – escucho todo perfectamente. –Aseguré. –

Pero en el fondo de mi corazón deseaba poder ser capaz de tapar mis oídos para así no ser consciente de lo que estaba sucediendo.

Mis ojos vagaron por la habitación en busca del rostro que tan bien conocía, mi otra mitad, aquella persona que había sido mi compañera durante dieciocho años y en el instante en que la vi mi corazón se rompió un poco más. Verla tan indefensa recostada sobre el pecho de mi padre hacía que quisiera golpear mis puños contra cualquier superficie que pudiera romperse fácilmente.

Era una mierda saber que mi hermana tenía una enfermedad contra la cual no podríamos luchar mano a mano.

Daría todo por intercambiar lugares con ella.

— Haremos todo lo posible, Anne. –Mencionó el doctor, hablándole directamente a mi hermana. – esta no es una sentencia de muerte, te lo aseguro. –Aclaró y admiré el brillo de esperanza que reflejaban sus ojos. –

— ¿Hay algo que debamos hacer? –Quiso saber mi madre y noté lo ahogada que se escuchaba su voz, era como si tuviera un gran fierro atravesando su garganta. –

— Anne comenzará la universidad en dos semanas. –Intervino mi padre y su mano libre se posó en mi hombro derecho, brindándole un suave apretón. - ¿Cuál es la probabilidad de conseguir al mejor doctor en Nueva York? –Interrogó. –

— Beatrice, Jacob. –Murmuró el anciano, dirigiéndose a mis padres. – conseguiremos al mejor doctor de Nueva York en el poco tiempo que tenemos, no permitiremos que el cáncer arruine sus planes. –Dijo y una pequeña sonrisa asomó en sus finos labios. –

Cáncer.

¿Quién diría que el cáncer no es una sentencia de muerte?

Claramente yo no estaba de acuerdo.

A mi corta edad estaba consciente de lo difícil que sería sobrellevar esta nueva noticia, más aún para mi hermana, quien soñaba con lograr alcanzar cada una de las metas que se había planteado desde el día en que la carta de aceptación de la Universidad de Columbia apareció en la entrada de nuestra casa.

When I fallحيث تعيش القصص. اكتشف الآن