Almas Gemelas - Kookmin

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Todas las miradas estaban sobre él. Varones, mujeres y hasta los profesores lo observaban caminar por los pasillos. Jimin nunca antes se había sentido tan observado en toda su vida. Podía escuchar las risas, sentir cómo lo señalaban. Aceleró el paso por los pasillos de la escuela, asustado. No entendía qué había de malo en él que tenía que llamar tanto la atención de esa manera. Llegó hasta un baño y se miró en el espejo, agitado, a punto de entrar en pánico. Bajó la mirada hacia sus piernas y entendió la razón de las risas. ¡Tenía puesta una falda! ¡Había ido a su primer día de clases en la nueva escuela con una falda! ¡Cómo podía ser! 

Gritó agudo y desesperado frente al espejo y fue allí que se despertó. Abrió los ojos y se sentó de repente en la cama. Había sido solo una maldita pesadilla. 

Respiró aliviado cuando entendió que seguía en su habitación esa mañana. Su alarma estaba sonando, ya era hora de levantarse. Uh, ahora menos quería ir a la escuela después de ese estúpido sueño. 

Sobre una silla al lado de la puerta vio que su madre le había dejado el uniforme. Ella le había hecho el favor de ir bien temprano por él esa mañana porque la verdad Jimin no tenía cara para volver a esa tienda después de la vergüenza que había pasado ahí la semana pasada. Se levantó y lo inspeccionó. Era de hombre, gracias a Dios. Estaba a salvo, al menos por ahora. 

Con cero ánimo, se duchó, se vistió, se maquilló y se alistó para su primer día de clases. Cuando bajó a la cocina para desayunar con su familia, trató de fingir su mejor sonrisa. No quería preocupar a sus padres. Ellos estaban tan felices por sus nuevos trabajos que no quería arruinarles este momento de sus vidas con sus quejas sobre la escuela. 

— Buen día — saludó. Pasó al lado de su hermanita y sacudió su cabello. — Estás bonita para tu primer día, Soo-ah. ¿No quieres que te haga unas trenzitas? — se ofreció al notar que la niña traía recogido su cabello en una simple colita en el centro de su cabeza. Jimin adoraba hacerle peinados al largo cabello de su hermanita pero ésta casi nunca se dejaba. 

— No, oppa, así estoy bien — le respondió la pequeña obsesionada todavía con ese tonto juego en su teléfono. No quitaba los ojos de la pantalla. 

Jimin suspiró. Cuánto desearía que su hermanita y él fueran a la misma escuela. Al menos así no te sentiría tan solo. Pero ella iba en primaria y él en secundaria. Soo-ah no tenía problemas, no se veía asustada por iniciar un nuevo semestre en una escuela nueva. ¿Por qué no podía ser como ella? Jimin se sentía tan cobarde. Se suponía que él era el hermano mayor que debía dar el ejemplo ¿no?

— ¿Listo para el primer día de clases? — le preguntó su padre mientras desayunaban.

— Ah, sí, claro — le sonrió. — Aunque…va a ser raro no verlos por los pasillos como antes. 

— Tranquilo, todo va a estar bien, solo aprovecha esta nueva oportunidad para intentar hacer amigos — le animó Park Minjun. Él sabía que su hijo había tenido problemas para hacer amigos en la vieja escuela en Busan. El hombre y su esposa estaban conscientes de que Jimin era diferente a otros niños. Y quizás aquello y su sexualidad era lo que le impedía al chico no conseguir amigos como cualquier otro adolescente de su edad, por lo que siempre estaban animándolo. Odiaban verlo tan solo, a pesar de que Jimin siempre estaba sonriente y parecía feliz. 

— Claro, papá. Lo intentaré mejor esta vez — le respondió al hombre. Como si eso bastara, pensó por dentro. No importaba que tan amigable y simpático fuera con los demás, los que no le hacían bullying, simplemente lo ignoraban. Jimin se había acostumbrado a eso en su otra escuela, y presentía que en esta en Seúl las cosas no iban a ser más diferentes. 

Es más, podrían ser peor. Porque ahora él era el nuevo. Todos los ojos iban a estar en él por doble motivo. 

Se guardó sus preocupaciones y se mostró feliz ante a su familia de todos modos. Llevaron a Soo-ah a su escuela primaria y luego lo dejaron a él en la puerta de la secundaria.