Veintiséis, parte uno

2.9K 410 86
                                    

Mi padre me preguntó si necesitaba dinero, comprar algún libro, o si tenía suficiente comida, durante nuestra charla del sábado por la mañana. Él estaba haciendo el desayuno, mientras que yo comía para irme a la universidad en un ratito.

Tras hablar un rato, le llevó el teléfono a mi madre que aún seguía en la cama y se escuchaba adormilada. Mi padre volvió a la cocina, así que ella aprovechó la privacidad para hacerme otro tipo de preguntas. ¿Qué hay de nuevo? ¿Hay algún muchacho que se interese en ti? ¿Has estado saliendo con alguno y no me has contado? Le había dado por indagar sobre mis relaciones con chicos desde que había cumplido veinte años. Negué a cada una sus preguntas intentando sonar natural. Mi madre no pareció muy convencida, pero luego cambió el tema, como si no fuese algo que le generase preocupación, sino más bien, mera curiosidad.

Me contó que tenían pensado ir a visitar a mi hermano, la semana entrante, a la capital y tras hablar un poquito más de sus planes, nos despedimos cuando mi padre la llamó para que fuese a la mesa a comer.

No me gustaba mentirle a mi madre, pero en cierta forma, le había dicho la verdad. Yo no salía con ningún muchacho. Diego era un hombre, uno que con su reciente cambio de aspecto se había vuelto atractivo no solo a mis ojos, sino también para otras mujeres. Aquello no me molestaba en sí, excepto que esa mañana no pude evitar reflexionar sobre las palabras que habían dicho mis amigas la noche anterior.

Para mí, Diego era Leo, un hombre inteligente, estimulante, cuyas conversaciones me transportaban a una realidad llena de bienestar, antes de que siquiera me importase su aspecto. Él con su particular humorcito, con sus comentarios inteligentes en el momento exacto, con su charla reiterativa sobre trabajo era para mí, exquisito. Mientras que lo más probable era que para otras mujeres él se redujese a un tipo atractivo, con mucho dinero, de buena familia y sin hijos. Lo que la sociedad consideraba como un partidazo.

—Claro que la profesora se puso histérica. Ten por seguro que más de una mujer en esa universidad soñaba con quedárselo y ella había pasado meses coqueteándole y viniste tú y de un día para otro, o al menos eso debió haber pensado ella, se lo arrebataste —había dicho Clau.

Mi novio era como una fusión de empresas, en él se habían unido dos hombres: Leo y Diego. Cuanto más lo conocía comprendía que en realidad, estaba errada en más de una de las conjeturas que me había hecho sobre Leo, así como también, tantas otras, que había pensado acerca de mi profesor. Las apariencias engañaban, él no era en muchos aspectos como había imaginado. No era clasista, ni despectivo, ni se creía mejor que los demás como había creído, tampoco era un odioso, sádico inmundo torturador de estudiantes.

Me emocionaba conocer a su verdadero yo, pues cada día me gustaba un poquito más y lo mejor de todo era sentir que era mutuo. No obstante, relacionarme con él me generaba inquietud. En mí vivía el miedo a lo desconocido, a lo inexplorado.

Me dije que era preferible ser temeraria y arriesgarme a sentir mucho, a dejar que mis temores me llenaran de ansiedad y me jugaran una mala pasada. Decidí que le haría caso a Claudia y me gozaría el momento.

Hacia las once de la mañana, recibí un mensaje de Diego, mientras me encontraba en la biblioteca. No habíamos conversado en todo el día, por lo que una sonrisita se dibujó en mi rostro apenas se perfiló el nombre de Niko en la pantalla de mi teléfono.

Brenda estaba explicando un tema, habíamos decidido mezclar el material de sus clases con Dalila y las mías con el profesor Roca, por lo que pude darme el lujo de evadirme un momento, pues era ella la que precedía la mesa.

Llevé un mechón de cabello detrás de mi oreja y me cercioré de que nadie de los presentes pudiese leer la pantalla de mi teléfono. Tras el incidente del día anterior, me sentía muy ansiosa. Desde que había llegado a la universidad, no había hecho más que esperar que alguien me preguntase sobre lo sucedido. No obstante, al parecer, la discreción que Diego le había pedido al decano estaba dando resultados.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora