Sesenta y uno

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Le puse la mano en el pecho y sostuve el condón a la base de su miembro para levantarme de su regazo. Me eché a un lado, me dejé caer en la cama cansada por el esfuerzo físico y enterré la cara en una de sus almohadas que olían a él. Un minuto después, probablemente lo que le tomó deshacerse del condón, sentí como me besaba la espalda. Luego se acomodó a mi lado y me atrajo hacia él. Me quitó el cabello enmarañado del rostro con cuidado y tras darme una mirada dulce, me besó a la vez que me envolvía entre sus brazos.

Era la primera vez que lo hacía y en cierta forma me pareció un poco extraño, como algo que no debía permitir que ocurriera, así que no tardé en ponerme de pie con el pretexto de ir al baño.

Rato después, mientras me ponía la ropa interior, Antonio me ofreció a que me quedara a pasar la noche en su casa, pero yo decliné la oferta con la excusa de que tenía pendientes de la universidad. Quería que el sexo entre nosotros permaneciera siendo algo rápido y sin involucrarnos mucho, aunque ese día nos hubiésemos contando tanto el uno del otro.

Él había sido demasiado encantador y tenía claro que aquello no era algo que sucediera especialmente conmigo. Me daba la impresión de que su personalidad era así, densa y sus maneras tendían a la profusión, al hedonismo puro y duro. Le gustaba amar, acariciar y ser sexualmente dominante. Le excitaba el gozo del amante, pero estaba decida a no entrar en ese juego de enamoramientos pasivos y tácitos, como los que tenía seguramente con sus otros tesoros.

Cuando entré al apartamento, tal como me había imaginado, mi hermano no estaba. Cons solía llegar, saludar y luego largarse con Claudia. No había que ser demasiado intuitivo para entender que se iban a pasar la noche a un hotel. Caminé por el pasillo hacia la habitación de Natalia que tenía la puerta cerrada. Me acerqué y en vista que no se escuchaba ningún ruido comprometedor, toqué con los nudillos.

—Pasa, maldita traidora asquerosa.

—Hey... —dije ante la sorpresa de sus palabras—. Yo también te quiero.

Nat estaba arropada hasta el cuello.

—Esto no te lo voy a perdonar nunca, abandonarme así. —Me reí y me senté junto a ella en la cama—. No te rías —dijo mientras se incorporaba—. Mira lo que me hizo el muy depravado.

—¡Santa mermelada! —Aquello era un hematoma en el cuello en toda norma. Un chupón en condiciones—. Bueno, tendrás que usar corrector y base para taparlo, hermana.

—Aggghs —siseó molesta, cuestión que me hizo reír—. No. —Me lanzó un almohadazo—. Te rías. —Otro almohadazo que evité con los brazos—. Todo es. —Almohadazo—. Tu culpa.

Me levanté para esquivarla, muerta de risa.

—A mí no me vas a echar la culpa de que el hermano de Claudia te comiera todo el cuello, perdóname, pero pudiste haberle dicho que se largara. Te gusta el muchachito, no obstante, si te hace sentir mejor echarme la culpa. ¡Adelante!

Se dejó caer contra la almohada y me mordí la lengua para no decir lo obvio. La chica de la cama, no se parecía en nada a mi altanera mejor amiga que no se dejaba joder por situaciones con hombres de esa manera.

—¿Te lo cogiste?

—No, no. No llegamos a tanto.

«¿A tanto?», pensé algo horrorizada. La mujer con temple de hierro ¿había caído tan rápido?

—Cuéntamelo todo, no escatimes en los detalles.

—Ok, ok, ok... ¡Lo tiene grandísimo! —Abrí los ojos impresionada de que ese fuese el primer dato que Natalia revelara—. Más grande que Gabo —Asintió como si ella misma no se lo creyera.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora