Cinco, primera parte

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La rubia tardó cuarenta minutos en su asesoría con el profesor Roca. Era de ese tipo de chicas que miraban a los demás por encima del hombro, por lo que caía mal de inmediato. El chico se levantó y tras hacer un gesto de disculpa me dijo que también tardaría al menos media hora. Le deseé suerte y le respondí que se tomase todo el tiempo que necesitase, a fin de cuentas, él hablaría con el profesor por su proyecto de tesis, yo no.

Los minutos comenzaron a transcurrir. Deje el libro a un lado porque me pareció que no conseguía concentrarme demasiado en la lectura. Me dediqué a revisar todos mis mensajes y mis redes sociales para matar el tiempo y me molesté una vez más de que Leo siguiera sin escribir. Rato después me descubrí a mí misma abriendo mi polvo compacto, para observarme en el pequeño espejo. Iba sin maquillaje y no sé por qué me pareció que debía arreglarme un poco.

Me solté el moño desprolijo en donde llevaba amontonado el cabello que cayó y se desparramó por mis hombros. Lo peiné con mis dedos, para acomodarlo. Nat me decía sirenita cuando éramos pequeñas, porque creía que era igualita a Ariel. Eran los buenos genes de mi abuela materna, que me heredó el cabello de hebra gruesa y lisa con mucho volumen.

Tenía la piel algo brillante por el tiempo que había estado haciendo fila bajo el sol de la tarde. Aproveché que me encontraba sola en el pasillo y tomé el corrector de ojeras que coloqué en donde se dibujaban un par de círculos oscuros. Tras difuminarlo, pasé la esponja por mi rostro con un poquito de polvo. Agregué algo de rubor y bálsamo labial sabor a cereza.

Para finalizar, me llevé a la boca un Tic tac de naranja y comencé a abrir y cerrar la tapita del empaque, para aliviar mis nervios.

«¿En serio te acabas de arreglar antes de ver al profesor Roca?», dijo una voz burlona en mi cabeza. «Admítelo, te gusta el muy imbécil».

Suspiré y me puse de pie.

«No es como si me hubiese abierto los tres primeros botones de la blusa, solo me arreglé un poco, ¿acaso no viste como iba la Polly Pocket?», discutí conmigo misma.

«Validación y cosificación, así se empieza», me repliqué irónica.

Rodé los ojos.

«No me arreglé para él, lo hice por mí, porque me quiero ver profesional».

Comencé a golpear el suelo de forma incesante con la punta de mis Vans negras mientras me decía que ya estaba ahí, que ya había esperado mucho. Que no valía la pena nadar tanto para morir en la orilla e irme sin hablar con él. «Coraje, joder, tengo que tener coraje» pensé. Agradecí que el pasillo, de ese lado, siguiese desierto, al menos nadie era testigo de mi visible nerviosismo.

Veinte minutos después, el chico salió y cerró la puerta tras de sí. Lucía muy contento, seguramente le había ido bien con el profesor. Nos despedimos con una sonrisa y un movimiento de mano.

Inhalé con fuerza y exhalé despacio para serenarme. Luego tomé mi bolso de la silla y me planté frente al despacho. Enderecé los hombros, me mordí el labio nerviosa e inhalé de nuevo.

Alcé la mano para anunciarme con un breve toque en la puerta, pero no llegué a hacerlo. El profesor Roca la abrió justo en ese preciso instante y tropezó conmigo. La fuerza del impacto de su cuerpo contra el mío casi me arrojó al suelo, no obstante, él lo evitó al sostenerme, como le fue posible, entre sus brazos.

Me quedé atónita. Sorprendida de que su cercanía y su toque, por completo inapropiado, no me resultase inaceptable.

—¡Máxima! —expresó asombrado con un extraño tono de voz. Era notable que no esperaba mi presencia.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora