Veinticinco parte dos.

14.1K 1.5K 971
                                    

Caminamos tomados de la mano por un centro comercial dedicado, únicamente, a tiendas de decoración del hogar que incluía varias franquicias conocidas. Había un establecimiento de alfombras antiguas y exóticas, pero acordamos que no queríamos algo así, por lo que nos desplazamos a locales con mercancía de estilo más contemporáneo.

Nos distrajimos viendo algunas exhibiciones, por lo que terminamos comprando almohadas mullidas y deliciosas para su cama. Él insistió en adquirir unas para la mía también y discutimos por dinero. Las fulanas almohadas eran costosísimas por tener una tecnología especial, para no deformarse. Sabía que lo hacía para agradarme, pero no me sentía cómoda con que me comprara cosas.

—Por favor... —dijo en tono cansado, como si le fastidiara muchísimo la conversación. 

—Diego, tienes que respetar que no quiera algo.

—Son almohadas, Máxima, no te estoy comprando una casa.

—De todas formas... —me quejé.

Mientras muchas chicas soñaban con salir con tipos adinerados para que le pagaran todo, para mí, en cambio, aquello suponía un problema. No quería estarle debiendo nada a nadie y sentirme constantemente en desventaja. Hasta el momento había podido costear la mitad de mis cuentas en los restaurantes a los que habíamos ido, no obstante, mis ahorros iban en declive, no era una situación que pudiese sostener por mucho tiempo.

—No entiendo por qué no puedo comprarte algo... O pagar por algo. Sobre todo, porque estoy consciente que tú eres estudiante, en cambio, yo trabajo. Después de que te gradúes la situación será diferente.

—Igual... No sé, no me gusta.

—Bueno, busquemos una solución, puedes pagarme con trabajo —Se acercó a mí y me dio un besito. Luego me encaró, mirándome con carita de gato triste. Así era bastante difícil resistírsele.

Rodé los ojos y Diego le indicó al vendedor que podía poner las almohadas con la manta en la caja, que pasaríamos a cancelarlas.

—¿Qué clase de trabajo? 

—Los sábados que no vayas a ver a tus padres y siempre que no tengas examen la semana entrante, vienes conmigo a alguna de las empresas.

—Pensé que estabas de broma. ¿Es en serio? ¿Me llevarías contigo? —pregunté entusiasmada.

—Sí. —Se acercó más—. Eso sí, te advierto que contigo sería uno de esos jefes explotadoresy como eres mi novia, no perdería la oportunidad de besarte siempre —explicó mientras me apretaba una nalga y me hizo reír—. Mmm, ingeniera Mercier, venga a mi oficina —agregó con voz seductora—, la necesito en mi escritorio, ahora.

Diego me apartó el cabello del cuello, para besarlo y yo suspiré al sentir mis mejillas arder.

—Estamos en público.

—¿Y qué pasa? —contestó haciéndose el inocente—. Yo estoy hablando contigo seriamente de un modelo de pago. 

»Ufff, a ti te sacó horas extras sin dudarlo, Max. 

Me reí sin poder evitarlo. Estaba siendo un pervertido de lo más chistoso.

—Gracias por las almohadas, pero en serio prefiero que no me compres nada, porque es raro... No eres mi sugardaddy —Diego arrugó la cara, viéndose molesto—. Ay... Fue una broma, obvio no. O sea, yo tampoco soy una sugarbaby, es solo que no quiero que se malinterprete la situación.

—Me ofendes, Máxima —dijo mi nombre con seriedad—. Primero que todo, no soy rico, además, ni siquiera tengo edad para ser uno y más importante aún, carajo, ¡qué no pretendo serlo! Pero soy tu novio y creo que puedo regalarte algo sin que sea un problema. Te conozco, te da pavor que alguien te tilde de caza fortunas. Puedes estar tranquila que no será el caso. 

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora