Setenta y uno

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Enterré los dedos en su cabello, al sentir como su boca se deslizaba hacia abajo muy despacio, como si quisiera tomarse su tiempo para saborearme.

Jadeé al notar esa gloriosa lengua, ese apéndice maravilloso paseándose por mis clavículas. El movimiento me generaba una serie de escalofríos deliciosos que había extrañado demasiado. Él quiso mover el rostro hacia arriba, devuelta a mi cuello y yo lo sostuve en donde estaba.

—Más —le ordené y él enredó los dedos en mi moño para echarme la cabeza hacia atrás y exponerme por completo a él.

Habían sido muchos meses sin disfrutar de esa sensación y la necesitaba con desesperación. Él volvió a escurrir su lengua en el surco natural del área una y otra vez, mientras que yo jadeaba de gusto. Era increíble cómo algo tan simple me ponía tan mal.

Luego, succionó y me mordisqueó sobre el hueso, lo que logró que tirara de su cabello en consonancia al placer que sentía. No le hacía falta hacer mucho para tenerme así, temblorosa y ansiosa de más.

Él me tomó por las caderas para eliminar cualquier espacio entre nosotros y eso provocó que mi sexo húmedo conectara con su abdomen. No teníamos que decir nada, ambos estábamos deseosos, aun así, él pareció buscar mi aprobación al erguirse para mirarme a los ojos. Mi respuesta fue tomarlo por la nuca para dirigir sus labios a los míos y besarlo enardecida, pues estaba anhelante de sentirlo encima y... adentro.

Me sostuvo de las caderas y yo lo rodeé con mis piernas al entender que iba a levantarme en peso. Sus manos se escurrieron bajo la toalla y sus dedos se clavaron en la piel de mi trasero para conducirme hacia su habitación, tal como aquella vez cuando había visitado su apartamento por primera vez.

Me depositó en la cama con especial cuidado, como siempre hacía, y encendió la lámpara de la mesa de noche. Se llevó la mano al abdomen para recoger la humedad que le había dejado ahí y rozó el pulgar con el resto de los dedos como si estuviese estudiando la densidad de esta. Luego, me miró con una ligera sonrisita de satisfacción y fue tan cretino que lo dijo.

—Estás muy mojada.

Cerré los párpados y negué con la cabeza, cuando los abrí de nuevo se estaba quitando la ropa interior para dejar a la vista lo que ya me imaginaba, una erección en toda norma. Echó el rostro hacia atrás, subió la barbilla y me estudió desde su altura, mientras se masturbaba despacio, se veía letalmente sensual. Luego colocó una rodilla en la cama, extendió la mano hacia mi pecho y tomó el borde de la toalla.

—¿Puedo? —preguntó muy serio.

No conseguí verbalizar ni una sílaba, estaba demasiado obnubilada. Solo asentí y él tiró de la tela para echarla a un lado, para desnudarme.

Permanecí con las piernas cerradas por el solo placer de mirar cómo hacía ese movimiento que me ponía tanto. Metió la rodilla derecha entre las mías, empujó una y luego la otra para hacer espacio y se dejó caer en medio de mis muslos. Se movió encima de mí y yo jadeé impudorosa cuando su sexo se encajó contra el mío.

—Mmm... Diego.

Tenía tanto tiempo sin decir su nombre que cuando lo hice, abrí los párpados de golpe. Me fijé en que él tenía el rostro enrojecido y la vena de la frente brotada. No tardé en recorrerla con la punta del dedo como solía hacer.

Él se movió sobre mí, mientras sus manos se deslizaban por mis pantorrillas hasta encajarse en mis corvas, lo arropé con mis piernas y lo apreté contra mí, ávida de sentir cada pedacito de su cuerpo, necesitada de narcotizarme con sus besos, de inhalar su aliento tibio. Él se movió sinuoso y escurrió su erección entre mis labios, embadurnándose con mi humedad.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora