Once, segunda parte.

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Lo miré anonadada, mientras que él, impasible, levantó la vista hacia Oscar. Su respuesta me pareció que tenía algo de doble sentido, o tal vez solo eran ideas mías. 

Guardé mi teléfono en mi bolso, para indicarle que no estaba dispuesta a seguirle el juego y me levanté de mi puesto. Me senté detrás de Juan que apenas se dio cuenta, giró hacia mí y me sonrió. Me puse mi suéter de capucha para taparme la cabeza y no tener la tentación de mirar sobre mi hombro, para verlo.

Noté que mi teléfono vibraba en mi bolso, pero no lo tomé hasta varios minutos después que otro alumno terminó su exposición y el profesor empezó a hacerle preguntas.

«¿Podemos hablar? Por favor, quédate al finalizar la clase».

No le respondí.

Otro estudiante comenzó con su exposición. Todas eran cortas, de unos diez minutos. La primera mitad de los alumnos expondríamos en esa clase y el restante, en la siguiente. Yo estaba justo en el medio de la lista, por lo que no sabía si me daría tiempo de presentar o tendría que hacerlo el jueves.

Cuando Juan pasó a explicar su proyecto, me quedé impresionada de lo bueno que era. Se desenvolvió muy bien hablando en público. Expuso con un carisma tremendo que me hizo pensar en que debía hacerlo igual de bien.

Una hora y media después escuché al profesor Roca dirigirse a mí.

—Señorita Mercier, ya es casi el final de la clase. ¿Le alcanza el tiempo para exponer o prefiere hacerlo el jueves?

Él, ¿dándome opciones en vez de ser un déspota como cuando me daba clases de ecuaciones? Joder, lo que hacía el interés.

—Prefiero hacerlo hoy —dije y me puse de pie.

Dejé mi trabajo en el escritorio junto a los de mis compañeros y coloqué mi dispositivo de almacenamiento en la computadora para buscar mi presentación. El profesor se encontraba de pie contra la pared del fondo del salón. Supuse que se había cansado de estar sentado.

Me miró y cruzó el brazo izquierdo sobre su pecho y apoyó en su mano el codo derecho, para formar un ángulo recto. Movió sus dedos hasta su barbilla y con el índice comenzó a rozarse los labios de la misma manera que había hecho ese día que lo llevé a su casa. Al parecer, era un tic, un gesto que hacía, probablemente, inconsciente cuando estaba ansioso.

Empecé mi exposición. A diferencia de mis compañeros que se habían enfocado en mega proyectos y grandes estructuras, yo me fui por lo pequeño. Hablé de hacer minicentrales capaces de generar hasta 5000 kW para así electrificar comunidades rurales. Expuse con la atención de todos y en especial la suya. Al terminar, pregunté si alguien tenía una duda, pero mis compañeros estaban demasiado desesperados por salir, así que dijeron que no.

—Yo tengo unas —dijo el profesor y todos los presentes hicieron ruidos de fatiga, faltaban escasos cinco minutos para que finalizara la clase—. Está bien, pueden irse, continuaremos el jueves, quédese, señorita Mercier, para evaluarla.

—Max, te espero abajo —dijo Juan al pasar junto a mí. Asentí y lo seguí con la mirada hasta que salió del salón.

El profesor comenzó a aproximarse a mí, a la vez que el resto de los alumnos salían del salón que continuaba en penumbras, pues nadie había encendido el resto de las luces después de que terminó mi exposición.

—Me ha gustado mucho su proyecto, señorita Mercier. La felicito.

—Gracias, profesor.

La puerta se cerró y nos quedamos a solas. Lo miré expectante, pero él no me hizo ninguna pregunta, solo metió las manos en sus bolsillos. Negué con la cabeza y me di la vuelta hacia la computadora y cerré mi presentación. Seleccioné quitar mi dispositivo de almacenamiento de forma segura y luego apagué el equipo. Noté como caminaba hacia mí, pero pretendí que no me había dado cuenta y retiré la pantalla del proyector que estaba sobre el pizarrón.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora