Setenta, primera parte

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Tal vez fue el haberme quedado en vela la noche anterior y el que hubiese dormido tan poco por la mañana para poder levantarme temprano. O que con todo lo sucedido no cené nada y lo más sustancioso que había comido durante el día había sido algo en el almuerzo y unas galletas en la tarde. O el efecto de la marihuana que había fumado o simplemente los orgasmos, pero el agotamiento hizo lo suyo y me quedé dormida entre sus brazos.

Cuando abrí los ojos me tomó varios segundos ser consciente de lo que había sucedido y de en donde estaba. Miré sobre mi hombro y encontré su rostro. Mirarlo mientras dormía plácidamente, a la vez que me abrazaba, me cautivó.

No sabía cómo sentirme al estar ahí, en ese preciso lugar en el que me había sentido más cuidada. En donde había tenido sexo por primera vez y en donde había sentido tanto placer. Él era el hombre causante de tantos sentimientos hermosos, pero también letales y dolorosos. Si algo había aprendido a su lado era que siempre podía gozar más, sentirme más mojada, más excitada. Lamentablemente, también había aprendido que se podía sufrir más, que podía haber más miseria y una miríada de lágrimas esperando a fluir.

Quise levantarme, pero no pude, lo tenía pegado a la espalda. Con cuidado de no despertarlo me fui deslizando fuera de sus brazos hasta que conseguí salir de la cama. Él había apagado la lámpara de la mesa de noche, así que pase las manos por las paredes, para guiarme y no tropezar con nada en mi camino hacia el baño.

Al entrar, encendí la luz y tuve que pestañear varias veces para adaptarme al cambio de iluminación. Sentí que más que despertar, me golpeaba con una realidad que no estaba bien.

Primer problema, le había sido infiel a mi novio. Podía escudarme en el hecho de que ya había decidido terminar con él, pero eso sería ser demasiado cretina. Había permitido que mi ex me besara la noche anterior, las circunstancias no eran del todo distintas, la diferencia radicaba en que el cansancio me tenía tan drenada que no encontré fuerzas para discutir de nuevo, además, el remanente de la marihuana había estado presente y también todo el deseo que tenía acumulado por él desde hacía meses. Negármelo además de hipócrita, sería patético.

Segundo problema, el cabrón de mi exnovio no se había puesto condón, la prueba yacía entre mis muslos y no lograba recordar en que puto momento de mi ciclo menstrual estaba. Tercer problema, me había dicho que me quería, pero seguía siendo el mismo tipo mentiroso incapaz de comunicarse que nunca hablaba conmigo. Todo lo que sabía sobre su vida me lo habían contado terceros.

Odiaba sentirme mal por haber encontrado placer en irme a la cama con él y estando ahí, completamente despierta, la voz de la razón hizo acto de presencia para recordarme que esos te amo podían ser solo palabras vacías, un canto de sirena para doblegarme, para hacerme caer en él de nuevo.

Aquella lógica tenía sentido, sin embargo, cuando pensaba en lo que había ocurrido hacía rato todo dejaba de estar tan claro. «No me gusta vivir sin ti, Pelirroja», había dicho a mi oído con esa voz ronca y melosa que me erizaba toda la piel. Luego me había besado el cuello y me había acunado contra sí, mientras me rogaba que dejara de llorar.

Había vuelto a decirme que me amaba, que me amaba mucho y yo quería echarle la culpa al agotamiento por haberme quedado entre sus brazos, porque en verdad me había sentido muy cansada hacía rato y no era solo físico, también era emocional. Pero la verdad era que me había deshecho entre sus besos y sus caricias, en la visión de sus ojos grises entornados, sus mejillas sonrojadas y sus labios húmedos porque entre sus brazos había encontrado un sosiego que no había hallado en meses. Una tranquilidad que me instó a descansar y me quedé dormida.

Levanté el rostro y el espejo amplio, que en un pasado me había parecido soñado, me resultó todo un desacierto en ese momento. No quería verme así, despeinada, con la máscara para pestaña corrida, los labios hinchados por tantos besos y el rostro un poco irritado por el roce de su barba corta. Aquello era un desastre de proporciones épicas.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora