Cincuenta y ocho, primera parte

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Los padres de Nat vinieron durante el fin de semana, por lo que salimos los cuatro, para no quedarme sola en el apartamento y pensar en la última llamada telefónica que había tenido con él.

La semana pasó sin mayor novedad, excepto que Brenda había decidido serle fiel a Filippo. Ella insistía en decir que como no habían formalizado nada, técnicamente, nunca hubo ningún tipo de traición, por lo que no era necesario que le contara nada de lo que había sucedido con Miguel. Yo, por mi parte, había decidido no opinar al respecto.

El viernes desperté más temprano de lo normal, porque me había quedado dormida antes de lo que acostumbraba. Resolví contestar el mensaje que había recibido la noche anterior de Antonio y que no había respondido, porque cuando lo vi, ya era tarde y tenía sueño.

Él, terriblemente coqueto, me había enviado la foto del dibujo que había hecho de mí acompañado de un mensaje.

«Necesito a la modelo para terminarlo, me gustaría verte».

Nat estaba en clases, por lo que tenía el apartamento para mí sola. La materia optativa a la que debía asistir ese día era a las tres de la tarde, por lo que tenía tiempo libre.

Le pregunté si se encontraba disponible para visitarme un rato. Me respondió que podía verme en unos cuarenta minutos, así que para dejarle en claro mis intenciones le escribí otro mensaje.

«Nada de dibujos hoy, trae condones».

Me reí luego de enviarlo y sentí que se me sonrojaban hasta las pestañas. Si eso no era tomar la vida por los cuernos, no sabía que era.

Le escribí mi número de apartamento y me fui a desayunar algo ligero.

Tras darme una ducha, me sequé el cabello con celeridad y miré mi cama destendida. No, sin duda no lo quería ahí, así que tomé una manta y la abrí en el sofá de la sala. Volví al baño, me coloqué un poquito de polvo y bálsamo labial.

Mi teléfono sonó con un mensaje: «estoy abajo».

Toqué el intercomunicador para abrirle y corrí a mi habitación. La verdad era que no me daba tiempo de vestirme, ni siquiera había seleccionado cuál conjunto de ropa interior usaría... Estaba revisando en el cajón un bikini que combinara con el brasier que tenía en la mano, cuando sonó el timbre.

Desistí de vestirme y me coloqué mi bata de pandicornio, pues a fin de cuentas, él iba con la intención de desnudarme.

Cuando puse la mano en la manilla de la puerta me percaté del sutil temblor que me cruzaba el cuerpo, tenía el pulso acelerado y la boca seca. Él entró a mi apartamento con esa mirada tan particular de hambre que conocía desde aquella vez en el río.

Cerré la puerta, coloqué el pasador y dejé la llave pegada por si acaso, para que nadie pudiera entrar.

—Llegaste demasiado rápido —dije bajito.

Él permaneció en silencio y me miró de arriba abajo con una malicia sensual que me alteró. Entonces, se inclinó y me cercó con su cuerpo contra la pared.

—Siempre es más provechoso ser puntual, ¿no crees?

—Bueno, depende. —Solté una risa afectada y él me miró dubitativo—. George B. Dantzig llegó tarde a una clase y copió del pizarrón dos problemas, pues pensaba que eran tarea, los resolvió sin saber que en realidad eran ejemplos de teoremas aún no demostrados en estadística. Así que llegar tarde le resultó provechoso.

Antonio entrecerró los ojos y estiró los labios en una de sus sonrisitas seductoras. Joder, yo estaba absurdamente nerviosa y solo decía tonterías.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora