Treinta y ocho

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Me despertó el movimiento. Pestañeé y con la poca luz que se colaba entre las cortinas logré distinguir la habitación. Noté como Diego me envolvía con su brazo y me atraía más contra sí hasta encajar su pecho con mi espalda. Sentí como me recorría el cuello con la punta de la nariz e inhalaba con fuerza, como si le encantara mi olor. Diego no era la persona más expresiva, pero entre sus brazos siempre me sentía querida.

Debí haberme quedado dormida de nuevo, porque me despertó el sonido de la voz de Diego hablando con alguien. El camarero. Después de que se fue salí de la cama. Me reacomodé las medias que se habían deslizado un poco hacia abajo y las subí bien hasta mis muslos.

Tras ir al baño, vi a Diego esperándome en la cama con el desayuno. Él se quitó el albornoz que se había puesto para recibir el servicio a la habitación y al igual que el día anterior, comimos casi desnudos.

—Buenos días —me dijo con dulzura.

—Buenos días, ¿qué tal dormiste?

—Cuando duermo contigo siempre amanezco bien —respondió con simpleza y yo sentí como se me calentaban las mejillas—. ¿Tú? —Solo conseguí asentir para darle entender que estaba igual y le di un beso corto en los labios.

»Ayer trabajé hasta tarde para terminar todos mis pendientes, para que tengamos toda la mañana para nosotros. —Le sonreí encantada—. Pero estaba pensando, ¿y si nos vamos mañana temprano? —Se llevó la taza de té a los labios—. Podríamos reservar y cenar en el restaurante del hotel. Dicen que es muy bueno.

—¿Diego Roca faltando al trabajo?

Se echó a reír.

—Es tu mala influencia...

—Sí no tienes nada que hacer importante a primera hora, pues, sí. Yo tengo clases de economía al final de la mañana, pero si la pierdo luego pido los apuntes.

—Entonces nos quedamos.

Le sonreí y le acaricié la mejilla. Él no tardó en recoger mi mano y llevársela a los labios para besarla con dulzura.

—Me encantan estas medias —dijo cuando moví la pierna fuera del edredón y esta quedó a la vista—. Te quedan muy bien.

—Gracias.

Luego de darnos un baño salimos a recorrer la ciudad y fuimos a un famoso centro comercial. Él había dicho que quería comprarme libros y a mí no se me había olvidado, por lo que entré a una librería inmensa.

—Prepárate porque te voy a vaciar la cuenta bancaria —bromeé, pero él ni siquiera se inmutó.

—Escoge los que quieras, Gatita —dijo y me entregó una cesta de compras.

Compramos nueve libros en total, siete para mí, dos para él. ¡Dinero bien gastado! Luego lo acompañé y le ayudé a seleccionar unas cuantas camisas para él y dos para su padre.

Caminamos de la mano, mientras mirábamos las exhibiciones de las tiendas y bebíamos café y té helado. Rato después, se detuvo frente a un aparador y miró los relojes. Le gustaban mucho, tenía unos cuantos, al igual que lentes de sol.

Entramos a la joyería en donde se probó algunos modelos. Me comentó que su mejor amigo cumpliría años el mes siguiente, por lo que aprovecharía de comprarle uno también. Alcé las cejas en sorpresa, Nat y yo no nos dábamos regalos tan costosos, pero supuse que tal vez luego lo haríamos, cuando tuviéramos empleos.

Lo escogió muy resuelto. Compró uno para él, otro para su padre y... Uno para mí a juego del suyo. Supongo que me vio con intenciones de negarme porque no tardó en hablar.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora