Sesenta y cinco, segunda parte.

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Hola, voy a estar conversando sobre estos capítulos finales en el grupo de Telegram. Para las que quieran participar pueden escribirme al privado de Instagram que les envió link.

Para las participantes del grupo, no entren si no han terminado de leer todos los capítulos (no miren las notificaciones) para que no se hagan spoiler. Aunque creo que lo ideal es al menos esperar hasta mañana para conversar, pero yo las conozco, seguro empiezan hoy.

*****

Tras bajar del auto me alisé la falda. Sabía que estaba arreglada acorde a la ocasión, había repasado ese conjunto con Nat. El vestido de estampado sencillo hasta las rodillas de mangas tres cuartos, mi clutch, mis stilettos color nude, el cabello peinado en ondas suaves y el maquillaje natural, eran todo lo necesario para parecer una chica buena.

«¿Parecer una chica buena? ¡Lo eres!», pensé.

Ramiro me tomó de la mano y me ayudó a salir de su auto.

—Estás preciosa, les encantarás —dijo con una sonrisa y me dio un besito corto en el dorso.

Sabía que el único propósito de su comentario era tranquilizar mis nervios, pero a mí me fastidió un poco pensar en eso de que por solo ser bonita y estar bien arreglada, tendría lo necesario para agradarle a sus padres de entrada. A las mujeres siempre se nos exigía ser las adecuadas o al menos aparentar que lo éramos.

Me dije que no era el momento para pensar en eso y me reproché haber permitido que mi novio me convenciera de ir a esa cena, para complacer a su madre que insistía en querer conocerme.

Podía entender la curiosidad de la señora, estaba segura de que Julián no debía haber hablado bien de mí y que lo más probable hubiese sido que Ramiro la hubiese tenido que convencer de todo lo contrario. Era obvio que deseaba constatar por sí misma con quién estaba saliendo su hijo. No obstante, eso no eliminaba el hecho de que teníamos poquísimo tiempo juntos y que no era momento aún para conocernos. Pero tal como le había dicho a Nat, ya no me quedaba de otra.

Entramos a la casa. Ramiro llamó con cariño a sus padres para que tuvieran conocimiento de que habíamos llegado. En ese momento su agarre en mi cintura me hizo sentir que, para él, yo era alguien en quien podía depositar su afecto y eso me enterneció un poco, aunque también me puso ansiosa, porque eso significaba que para los demás sería un objeto de escrutinio.

Una señora de cabello castaño salió de un pasillo cercano y supuse que era la madre de Ramiro.

—Pensábamos que ya no vendrían, estamos cenando —dijo ella—. Pasen, pasen, tú debes ser Máxima.

Su mejilla hizo contacto con la mía, entretanto sus manos tocaban mis brazos y yo sonreía generosa. Tenía los mismos ojos y la amabilidad de su hijo.

—Mucho gusto, señora María, tiene una casa preciosa —comenté sin mirar a mi alrededor, pues según mi madre, ese tipo de miradas ponían nerviosas a las señoras—. He traído algo para el postre.

Le entregué el pastel de chocolate que había comprado ese día al salir de la universidad, en la tienda que estaba de camino a mi edificio.

—Ay, no te hubieses molestado, que amable.

—Hubo un accidente en la vía, mamá, por eso tardamos tanto, te envié un mensaje, pero no lo leíste.

Me desplazaba tomada del brazo de Ramiro cuando de pronto me llamó la atención un abrigo negro que estaba sobre un sillón. De la nada, me sentí como una polilla atraída por la luz, no podía apartar mis ojos de esa prenda.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora