Treinta y dos, parte dos

14.7K 1.4K 944
                                    

Luego me tomó de la muñeca y me arrojó contra el sofá indelicado. Se puso de rodillas, me abrió las piernas con rudeza y me clavó la lengua hasta el fondo. Entonces fui yo la que maldijo ante la sensación desbordante de placer.

Pasó los brazos bajo mis muslos y posicionó las manos a los lados de mi cintura, para hacer palanca y atraerme contra su boca como siempre hacía. Comenzaba acostumbrarme a ese movimiento. Me gustaba.  Una de sus manos subió y me acunó un pecho, pellizcando con tosquedad mi pezón.

Noté como su lengua se movía contra mí y gemí de gusto.

En tan poquito tiempo, Diego había comprendido todo sobre mi sexo, la presión que necesitaba, la succión adecuada, el jugueteo justo. Me comía entre exhalaciones ruidosas y deliciosas. Todo entre nosotros era así siempre. Vertiginoso. 

Me tomó por las caderas, las elevó hasta su boca y yo grité de placer. Abrió los ojos y los entornó. Diego me mataba con esa miradita suya, libidinosa y sugerente. Malvado hombre. Gruñó cuando me mordió a propósito. Me arqueé intentando soportar tantas sensaciones que se me agolpaban en el cuerpo, justo ahí, en donde su lengua se retorcía.

Desvergonzada, me moví contra su boca. Me había confesado, el fin de semana, que cuando hacía eso lo excitaba muchísimo. ¿Sabía él que aquel movimiento era instintivo, que lo hacía enardecida en respuesta al estremecimiento que me causaba? Tal vez podría pensar que lo hacía a propósito y no era así...

Gemí al sentir como la razón abandonaba mi cuerpo. Le jalé el cabello, y eché la cabeza hacia atrás, a la vez que me arqueaba más, para mover mi sexo de arriba abajo contra su lengua en busca del orgasmo porque no podía más.

—Puta madre, así... —Le escuché decir un segundo antes de que dos de sus dedos entraran en mí. Cerré los párpados, porque ser consciente de cómo entornaba los ojos, mientras me comía el coño, era demasiado obsceno—. Mírame, Max —me exigió y no tuve más remedio que obedecerlo.

Diego y esa maldita lengua que parecía bífida y esos dedos que encontraban el punto exacto que me hacían gritar presurosa que me corría. El placer que tanto anhelaba se presentó incontinente, me retorcí de gusto cuando el orgasmo me hizo bullir, palpitando alrededor de sus dedos.

Él me hacía arder como la yesca.

Se dejó caer contra la alfombra, agotado y me pidió que lo acompañara. Me arrastré en su búsqueda y acomodé la cabeza en donde me señalaba, justo sobre su corazón que latía rápido. Su pecho subía y bajaba. En sus brazos se producía cierta vibración bajo la piel. Ambos estábamos sudorosos y satisfechos. Sentía los músculos como de goma.

Unos minutos después, rodé sobre mi espalda y noté la textura suave, muy esponjosa de la alfombra. Él se giró hacia mí por lo que yo le señalé que se acercara, para cambiar de posición. Diego acomodó su cabeza en mi pecho por lo que me dediqué a acariciarle el cabello en lentas pasadas, entretanto mi ritmo cardíaco se ralentizaba.

—Esto comienza a ser vergonzoso —dijo segundos después—. Te juro que normalmente no me corro tan rápido, no sé qué me pasa. Bueno, sí sé que pasa. —Hizo una pausa—. Es que me gustas mucho, no consigo soportarlo, estás demasiado apretada, demasiado tibia, demasiado buena y no me ayuda para nada la forma en que me miras cuando te lo meto.

Me reí.

—No te burles.

—No me estoy burlando. Me gusta que te corras tan rápido, disfrútalo, con el tiempo te acostumbraras y no te correrás tan deprisa, no te preocupes por eso.

—Yo quiero que te corras conmigo.

—Sí sabes que no todas las mujeres consiguen el orgasmo por penetración, ¿no? Además, la paso tan bien que ni me importa. Relájate —dije muy en serio—. Me gusta que te corras así, sin conseguir impedirlo, me cachondea un montón... Creo que cuando me dices que estás por correrte es cuando más me mojo. 

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora