Sesenta y siete

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Nat se quedó conmigo hasta bien entrada la madrugada. Le pedí que se fuese a dormir, pues ella tenía que ir a la universidad temprano mientras que yo parecía destinada a sufrir los embates del insomnio. No era para menos, mi mente rebosaba en hipótesis.

Me pasé la noche uniendo piezas, incapaz de conciliar el sueño. O al menos eso creía que hacía. Él seguía siendo el que poseía todas las verdades. Pero había conclusiones que me parecían muy obvias. Una de ellas era sobre el sexo entre nosotros.

Él siempre había sido demasiado cuidadoso conmigo y yo había asumido que se debía a mi virginidad, no obstante, luego de escuchar a Ramiro hablar acerca de Romina con sus novios inservibles y los abusos que había vivido, me entraron las dudas.

Recordé nuestra estancia en el hotel en la capital. Yo le había propinado un toqueteo desvergonzado en el avión. Lo había provocado a propósito y él había jurado venganza, cuestión que ocurrió apenas llegamos a la habitación en donde me tomó como le dio la gana.

Luego se preocupó mucho y me preguntó si me había parecido bien lo sucedido. Insistía en confirmar que todo hubiese sido consensual, cuestión absurda, pues era obvio que yo lo deseaba y no había ocurrido nada que fuese atípico entre nosotros, solo había sido más enérgico y demandante de lo acostumbrado. Antes de ese día siempre me había pedido que le diera un sí bien explícito, para él seguir adelante. ¿Era eso lo que hacía con Romina para hacerla sentir segura?

Por la noche, en el bar, mientras estaba un poco alcoholizado, me había comentado que le gustaba que fuese sexualmente liberada. Mi respuesta había sido decirle que tal vez quien necesitaba liberarse era él y le había metido mano en el ascensor sin comprender la trascendencia de esa frase.

Tras esos días él había ido ganando confianza. Como esa vez en la mesa del comedor, después de la fiesta de Marco, mientras estaba un poco pasado de copas, o esa mañana de domingo cuando habíamos tenido sexo por última vez y él había decidido tomar el control.

También rememoré aquella vez en el sofá cuando me había dicho que el sexo solo lo pensaba conmigo, que no quería que le preguntara sobre cómo había sido con otras mujeres. ¿Había entendido que conmigo todo podía ser distinto? ¿Liberarse un poco? ¿Cuántas partes de nuestra relación habían estado influenciadas por esa mujer sin que me percatase? Era duro comprender que sus omisiones me habían hecho estar a oscuras en un noviazgo en el que yo creía todo iba bien.

¿Qué había visto en ella? La verdad era que me costaba imaginarlo siendo con otra mujer como había sido conmigo. Ramiro había dicho que era bella y manipuladora. Recordé lo tonto que había sido mi ex con Karina y como esta lo había puesto de su lado. ¿Acaso Romina se había aprovechado de que él pecaba de bueno? Me quedaba claro que ese embarazo lo había herido al punto de que había pensado en no tener hijos.

Me llevé la mano mortificada a la cara al recordar lo que me había dicho en la oficina, sobre no realizarse la vasectomía, porque yo sí quería tener hijos en un futuro... Pero al final del día, algo tenía esa mujer que lo hacía volver a ella, que lo hacía priorizarla por encima de todo, incluyéndome. ¿Qué era?

Tras ver el amanecer desde mi ventana, me di cuenta de que lo inevitable se aproximaba y me costaría mucho enfrentarlo. Natalia me había aconsejado omitirle a Ramiro lo que había sucedido con mi exnovio la noche anterior. Yo no quería mentirle, no obstante, ella insistió en que la sinceridad se la debía era en el caso de que continuáramos juntos, pero en vista de que había decidido terminar nuestro noviazgo, debía ser compasiva y ahorrarle toda esa molestia.

Mi amiga creía que era preferible explicarle que lo mejor para ambos era separarnos y mantener una amistad en la medida de que no representara ningún problema para los dos. Teníamos muy poco tiempo saliendo, era mejor terminar antes de que todo se complicara más.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora