Veintidos

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Me pregunté ¿por qué mi estómago se empeñaba en contraerse en un sólido apretón? ¿Por qué tenía que sentirme de esa forma cuando sabía perfectamente que Diego no quería nada con la profesora Karina? Necesitaba ser lógica al respecto, aunque mis esfuerzos fueran infructuosos.

Al fin, los vi bajar las escaleras juntos y salir del edificio, mientras conversaban de lo más animados. Él llevaba el saco del traje cerrado y la cinta de su maletín pendía de su hombro, en el ángulo correcto, para que este le tapara la entrepierna. Segundos después, los perdí de vista, cuando entraron al salón de profesores.

Me llevé el café a los labios y tomé un sorbo, mientras pensaba en que él y yo nos habíamos estado besando minutos antes, era imposible que pudiese atender a los coqueteos de aquella mujer.

«Tienes que confiar en él, al menos en lo que respecta a tener solo una preferencia por ti, nunca te ha hecho dudar», reflexioné.

—¿Estás aquí o soñando que andas en una isla paradisiaca con un moreno de cuerpo de infarto? Préstame atención —exigió Brenda, molesta, por lo que giré a mirarla.

—Piel canela, unos ojos color ámbar que te mueres. Justo ahora está saliendo del mar con la pesca del día, va a hacer la cena, déjame tranquila —bromeé y me reí un poco para disimular.

—¡Ay! No hables de eso que me antojo. —Hizo una mueca de añoranza y supuse que pensaba en su novio.

—Hablando de morenos... —Vi a Diego salir del salón de profesores. Caminó frente a mí, joder, estaba guapísimo. Me lo quería comer a besos, muchos besos, demasiados besos—, ¿y Ari? —pregunté curiosa mientras lo seguía con la mirada hasta perderlo de vista.

—¿Qué pasa con él?

—Tú, saliendo con Miguel... —solté como si fuesen obvias mis implicaciones.

—¿Qué tiene? Solo fuimos a comer, estudiamos juntos, me cae bien. Ya.

—Mmm... ok —dije sin más, pues no me sentía con mucho ánimo para indagar y preferí atender a la vibración de mi teléfono.

«Carajo. Por poco nos pillan».

«Otra vez» —respondí y seguí tecleando—, «Eso de meterme mano en un salón con la puerta cerrada... Te pasas de irresponsable, que yo solo fui a ver si estabas molesto, en serio».

«Es tu culpa, Gatita provocadora».

«Yo no hice nada, fuiste tú el que me manoseó». —Bromeé fingiéndome ingenua, pues me había encantado lo sucedido, aunque fuese por completo irresponsable de nuestra parte—. «Tú eres mi profesor, quien tiene el poder, yo solo soy una pobre alumna inocente».

—¿Nos vamos a la biblioteca? —preguntó mi amiga dubitativa—, ¿Estás bien? ¿Con quién hablas?

—Sí, sí, todo bien. Es solo mi hermano —mentí de nuevo y le entregué el vaso de mi café vacío, ya que ella se había puesto de pie para ir hacia un cesto de basura y arrojarlos.

«¿Crees que se dio cuenta?». —pregunté preocupada.

«No sé. No creo. Voy a renunciar». —Leí segundos después.

«No, no renuncies. Hablamos de eso luego, te dejo que tengo que estudiar».

Tras ver el ritmo de vida que Diego llevaba, sumado a un padre demasiado intenso, comprendí que se abstraía del estrés de las empresas, era dando clases. No quería que por lo nuestro se quedara sin su única válvula de escape. Lo que habíamos hecho estaba mal y no debía volver a repetirse, porque si nos pillaban en algo así, moriría de vergüenza.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora