Veintiuno, parte dos

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Diego se desplazó hacia el escritorio y tomó su teléfono que colocó encima de las hojas que tenía en la mano. Miró hacia la pantalla y tras unos segundos, en los que probablemente leyó mi mensaje, alzó la vista hacia mí y yo bajé el rostro, para evitar que nuestros ojos se encontraran.

—Profesor —lo llamó un chico sentado un par de filas detrás de mí y Diego dirigió su mirada hacia él.

Osada comencé a teclear de nuevo, mientras mi compañero hablaba.

«Cuidado profesor, está sonrojado, recuerde que tiene que disimular, para que el resto de los alumnos no se den cuenta de que le gusto».

«¿Por casualidad le excitara saber que estoy recordando justo ahora, cómo se ve en sus pantalones de pijama sin camisa, con ese par de marquitas que deliciosamente me dejó hacerle en el pecho?»

Sentí sus ojos sobre mí, por lo que no alcé la vista, para encararlo. No pude evitar sonreír cuando lo escuché carraspear, justo antes de poder vocalizar alguna respuesta para el alumno que le hablaba. Me encantaba afectarlo así.

Respiré profundo, notaba una presión en la nuca, una punzada inequívoca de que la ansiedad me recorría el cuerpo, por llevar acabo aquella travesura. Era una mezcla de sensaciones extrañas que no sabría bien cómo describir. Una especie de temblor, combinado con la aceleración exponencial de mi corazón y lo que supuse era excitación.

Alcé la mirada y él estaba hablando, se le veía algo nervioso. Cuando terminó de responder, dirigió su vista hacia mí, no obstante, no tardó en desviar su atención hacia Verónica.

—Debería hacer el examen en pareja, profe —soltó mi compañera y todos reímos, incluso Diego.

—Mmm, sí, en pareja —secundé, mientras lo miraba y él solo me dedicó un vistazo fugaz antes de dirigirse a Verónica.

—Siga soñando, señorita Zola —respondió cortante.

«Profe, pero que cara tan seria —tecleé con rapidez—, me gusta más la que pone cuando está excitado encima de mí...»

—Señorita Mercier, usted de nuevo —dijo interrumpiendo mi escritura—, ¿qué le he dicho sobre el uso de los teléfonos durante la clase?

Alcé la vista, para encararlo y me relamí los labios antes de contestarle.

—Fue solo un momento, profesor, no le he dejado de prestar atención. Estudio ingeniería, créame, estoy apta para hacer dos actividades a la vez —respondí con sutil insolencia.

—Señorita Mercier, como vuelva a hablarme en ese tono daré parte de su comportamiento a la oficina del decano.

—¿Qué tono? ¿No le parece que está exagerando? —le contesté con calma haciéndome la desentendida—. Además, pensé que la clase ya se había terminado, de hecho, solo estoy colocando un par de recordatorios en mi agenda acerca de todo lo que tengo que estudiar —agregué fingiendo inocencia mientras le sostenía la mirada.

Un destello de lo que pareció lujuria, bailó por un microsegundo en sus ojos. Además de un ligero tic, de lo que supuse fue un parpadeo que no se dio, justo antes de cerrar los labios, en una línea recta. Me dio la impresión de que apretaba los dientes, pues tenía la mandíbula tensa. Verlo así me asustó un poco ¿se había molestado?

—Señorita Mercier, le agradezco que deje su teléfono o sus acciones tendrán consecuencias.

Tragué saliva y sentí la mirada de todos mis compañeros sobre mí. Rodé los ojos y abrí mi bolso en el que guardé mi teléfono con obvio disgusto. Me crucé de brazos y fingí inconformidad, cuando en realidad, el nerviosismo ganaba terreno.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora