Ocho

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Me llevé la mano a la boca estupefacta y comencé a caminar en dirección opuesta a él. Miles de ideas se golpearon contra las paredes de mi mente de forma intermitente. Lo que en casa de Juan me había parecido una coincidencia, tomó certeza en ese momento. Aquella voz no era similar a la de ese otro hombre, era su voz.

Busqué a Nat con desesperación. La localicé a la vuelta de la sala de emergencias, sentada en una de las sillas metálicas del área de espera con la vista fija en la pantalla de su teléfono. Me moví hacia ella, entretanto, de forma torpe, intentaba dilucidar algo de lo que sucedía ¿Aquello era un chiste? ¿Una broma de mal gusto?

La enfermera me interceptó.

—¿Qué ocurre? —Me miró expectante.

—Me... me tengo que ir —respondí a duras penas, pues estaba demasiado conmocionada.

—Espera, espera ¿qué ha pasado? —insistió en saber, mientras un enfermero intentaba lidiar con él que caminaba dando tumbos en mi dirección.

—No es Leonardo, me equivoqué, no es Leonardo.

—¿Quién es?

—Diego. Diego Roca —balbucí en shock.

—Max, escúchame, Max... —dijo él a la vez que caminaba hacia mí arrastrando el suero consigo.

—Tranquilo —le dijo el enfermero, mientras le detenía—. Tienes que volver a la cama.

—¿Estás bien? —preguntó la enfermera.

—Me tengo que ir.

—Espera, ¿Te hizo algo? —Negué con la cabeza—, ¿Y cómo puedo llamar a su familia?

—No sé... No sé...

No fui capaz de decir nada más y solo me alejé de ahí temblando. Nat me interceptó a medio camino. Supuse que algún punto me había visto y había decidido acercarse.

—¿Qué pasó? —preguntó al verme alterada. No pude contestarle, sentía que no podía respirar, el corazón me latía desaforado. La vi ladear la cabeza y mirar detrás de mí —¿Qué hace tu profesor aquí?

Una vez más fui incapaz de explicar lo que sucedía. Mi amiga me preguntó por Leo y yo estaba tan conmocionada que no conseguí conjugar una frase sobre el asunto.

—Me quiero ir, llévame a casa.

—¿Me puedes contar qué coño te pasa? ¿Dónde está Leo? —insistió.

Apreté los puños.

—Vámonos, Nat, te cuento en el camino.

La enfermera se acercó de nuevo a mí.

—¿Y tu amigo?

—Él no es mi amigo —Vi la cara de confusión que puso Nat, no era para menos.

—¿Cómo llamó a su familia?

—No sé, no sé —solté adusta.

No quería ser grosera, era que simplemente no podía respirar. Sentía que me iba a dar algo en cualquier momento, que me iba a desmayar o algo por el estilo y necesitaba sentarme en la seguridad del auto. Tomé a Nat de la muñeca y tiré de ella para obligarla a irse conmigo.

—¡Max! —escuché que el profesor me llamaba a lo lejos—, ¡Max!

Mi amiga giró a mirar hacia atrás, al pasillo en donde se encontraba él.

—Ahí viene tu profesor.

—No dejes que se me acerque.

Huimos de ahí, antes de que el profesor Roca pudiera aproximarse más. Tras entrar en el auto, Nat volvió a preguntarme qué sucedía con Leo y por qué había dicho que el profesor no era mi amigo, obvio no lo era, pero lo conocía, se encontraba mal y lo lógico era ayudarle.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora