Cincuenta y uno, parte uno

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—Vamos por un café, que me muero de sueño —dijo Brenda—. Al menos tú puedes llegar a tu casa a dormir hoy a la salida del examen de generación de potencias, yo tengo mañana el de economía —lloriqueó.

—Ya falta poco para que todo se termine —la animé.

Caminamos hasta la cafetería de la universidad y nos situamos en la fila. Unos cuantos puestos adelante visualicé una espalda conocida rodeada por el brazo de una chica. Juan con Verónica.

—¿Quién diría que esos dos terminarían juntos gracias a ti? —Miré a Brenda que pareció leerme la mente, pues justo los estaba mirando—. ¿Vero te contó si la tenía chica o no?

Me reí un poco y negué con la cabeza

—Ella y yo solo hablamos cuando coincidimos en un baño y eso no ha sucedido últimamente.

—Pues por lo que se ve Juan la tiene contenta... Max, explícame ¿cómo dejaste ir a ese guapetón, que se le notaba todo el interés del mundo por ti, por tener algo por cinco minutos con el pedante de Leo?

—Shhh, no digas su nombre —dije mientras miraba a Verónica reírse de lo que fuese que Juan le había dicho.

Noté que Brenda iba a decirme algo, pero su teléfono sonó y contestó la llamada de su mamá.

Mi amigo volvió a agacharse para poder hablarle a Vero justo al oído. Le rozó la oreja con los labios, un gesto casi imperceptible y las uñas de ella se clavaron en reacción sobre la tela de la camiseta masculina a la altura de la espalda. La pelvis de Juan conectó con el costado del cuerpo de Verónica que volvió a reír de lo que fuese que él le dijese.

La persona que estaba delante de ellos terminó de ordenar, por lo que se recompusieron de aquel inocente intercambio de palabras y sonrisas para pasar al frente.

No pude evitar pensar en que ¿esa podía haber sido yo? Feliz, despreocupada. Supuse que no. Juan no tenía lo necesario para hacerme desearlo con desesperación, para tenerme taciturna por horas y en vela por las noches anhelando un beso suyo. Tal vez esa era la cuestión que debía analizar. Yo con mi ex había sido como una adicta que buscaba el subidón de un chute de droga, el éxtasis, de consumirme en la pasión de besos densos, caricias efervescentes, exuberantes, orgasmos dilatados, calientes. Quería arder. Flagrar. Combustionar. Tal vez debía hacerme a la idea que no podría tener eso de nuevo, tal vez lo óptimo sería buscar algo justo así, como lo que tenían mis amigos: lindo, agradable, sano... Seguro. Un hombre que me hiciera estar de sonrisitas en una fila de comida.

Un hombre que no me hiciera tener miedo de amarlo.

—¿De qué hablábamos? —Me dijo Brenda para retomar la conversación después de que terminó su llamada—. Ah, cierto, no puedo nombrarlo, como si eso fuese a solucionar algo... Si ni siquiera puedes escuchar su nombre es porque aún te importa. ¿Por qué te sigue importando ese estúpido? No le hablas desde hace semanas.

—¿Podemos cambiar de tema?

Saludé con la mano a Juan en compañía de su novia cuando salieron de la fila con su pedido.

—Como gustes —contestó y procedió a teclear un mensaje en su teléfono.

Era solo un nombre. Una simple palabra que se volvió difícil de pronunciar. Lentamente había dejado de decirlo, para animarme a no pensarlo. Algo así como Voldemort, mis amigos entendieron que su nombre no debía ser dicho. Se convirtió en él, solo él, porque además de todo había sido tan transcendental en mi vida que se podía dar ese lujo. Como si en mi mente su recuerdo se situase en un sitial de honor que imposibilitase que fuese confundido con otro hombre, con otro él. Simplemente era él, mi él, el único él que había grabado a fuego su huella en mí, como una res a la que le mutilan la piel con un hierro incandescente.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora