Cincuenta y seis

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La claridad de la mañana entró por la ventana iluminando la habitación. A diferencia de otros días, no me abrumaron los recuerdos de él al despertar, sino de la noche anterior. Mi cerebro reprodujo una serie de imágenes aleatorias de Antonio, desnudo, empalmado y excitado sobre mí. No tuve más remedio que taparme el rostro que ardía en una mezcla entre la incredulidad y la consternación producto de lo que había ocurrido.

Fui al baño y luego me lavé los dientes. Eran pasadas las ocho de la mañana. La casa se encontraba en un silencio hondo. Me hice un ovillo en la cama y permanecí quieta, mirando un punto incierto. Tras una hora, el hambre comenzó a ronronear en mi estómago, pero no quería bajar las escaleras y coincidir con mi amante de una noche. No obstante, no había contado con que él iría en mi búsqueda.

Sentí el breve toquecito en mi puerta y esperanzada de que fuese Brenda, le permití entrar. Se rascó la cabeza revolviendo aún más su cabello castaño oscuro y tuve la impresión de que era un gesto nervioso. Llevaba shorts y una camisa abierta que dejaba ver su pecho bronceado. Advertí una expresión de avidez en su rostro que no supe cómo interpretar del todo.

—¿Me acompañas a desayunar al pueblo? Solo tú y yo estamos vimos en esta casa, los demás seguramente revivirán en la tarde.

Su sonrisa parecía franca, había amabilidad en sus ojos, por lo que tras dejarlo de la manera en que lo había hecho la noche anterior me sentí un poco en la necesidad de redimirme, así que asentí. Además de que decir que no habría sido afirmarle, tácitamente, que sí me había pasado algo.

Le pedí que me diera diez minutos para vestirme y él me dijo que me pusiera un traje de baño, pues tal vez nos daríamos un baño luego.

Seleccioné el bikini negro de dos piezas que había lucido en mi primer día de playa que ya había lavado y empacado en la maleta. Tras colocármelo, me cubrí de protector solar, bálsamo labial y me peiné de medio lado al descuido. Luego me puse un vestido azul marino de flores con la espalda escotada y salí de mi habitación.

Supuse que le gustó mi look, pues hizo un gesto de aprobación cuando me vio bajar la escaleras.

Me ayudó a tomar asiento en su camioneta, colocó la radio en donde sonaba una de esas canciones viejas, alegres y movidas. Él tarareaba, incluso movía la cabeza al ritmo de la música. Parecía a gusto, a diferencia de mí que incómoda, miraba la vegetación de la carretera pasar.

Necesitaba el manual de las conversaciones intrascendentes para amantes de una noche de Nat o Clau. Recordé que esa última había comentado lo amable que había sido con ella, habían dormido juntos y él había insistido en hacerle el desayuno. Saber que era su manera predeterminada de ser con todas las chicas con las que se acostaba me alivió un poco.

Llegamos a un establecimiento a la orilla de la playa con techo cónico de hojas de palma, mesas plásticas y música tropical de fondo. Justo cuando aparcábamos, sonó su teléfono, tomó la llamada frente a mí con liviandad. Bajamos de la camioneta, el lugar tenía bastantes comensales. Él estaba un poco distraído hablando con el que asumí era su hijo, pues en la conversación le escuché echarle la bendición y hablarle con mucho cariño.

Me apuré a tomar una mesa que se desocupó y me senté. Dos minutos después, se acercó a mí un muchacho adolescente con la típica piel morena tostada de quien habita bajo el sol por horas. Me sonrió y con amabilidad comenzó a explicarme las opciones de comida.

—¿Y desde cuándo hay servicio a la mesa aquí? —dijo Antonio interrumpiendo al muchacho que al verlo sonrió aún más.

—Solo estoy atendiendo a la señorita, no se ponga celoso. —Rio y le saludó con la mano—. Muy linda su novia.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora