Cincuenta y ocho, segunda parte

7.2K 1.1K 634
                                    

Tras darme otra ducha para liberarme del sudor me quedé dormida un rato. Luego almorcé y me dediqué a arreglarme para distraerme.

Me enfundé en un par de jeans limpios, mis tenis Vans negros y una camiseta ajustada manga larga con escote en pico color blanca. Me puse un collarcito, me acomodé el cabello que caía voluminoso por los costados. De alguna manera el tiempo pasó volando y cuando vine a darme cuenta ya estaba sobre la hora.

Me apresuré a caminar hacia la universidad, pero al llegar recordé lo tediosa que era la clase y me detuve en la fila de la cafetería para comprarme un café helado. Ya llevaba diez minutos de retraso, ¿qué eran cinco más? Error, fueron más de diez y mientras caminaba hacia ese edificio que estaba al otro lado de la plaza central se hizo más tarde.

Subí las escaleras con prisa, debido a la hora se encontraban vacías y no tenía que esquivar a nadie, pues los estudiantes se encontraban en clases. Por eso me sorprendió verlo justo ahí, como si la vida se encargara de materializarlo frente a mí. La sabiduría popular decía que los exnovios tenían la propiedad de aparecerse cuando se estaba decidida a superarlos. ¿Lo había invocado?

Exhalé y me quedé sin aire cuando vi su espalda. Él iba subiendo los peldaños con calma y cuando se giró hacia el siguiente piso, notó que yo me había detenido a escasos metros de él. Se quedó estático por un par de segundos, sus cejas se alzaron y sus ojos me mostraron la perplejidad que también debían tener los míos.

Reaccionó poco después y bajó unos cuantos escalones, por lo que yo subí otros sin parar a pensar en lo que hacía. Él retrocedió para esperarme en el rellano, ese lugar que siempre parecía ser un punto de convergencia entre nosotros.

Por alguna razón desconocida el instinto de supervivencia se me apagaba con él. No sabía muy bien por qué motivo mis pies en vez de alejarme de su cuerpo, buscaron la cercanía, como aquella vez que lo besé por primera vez en mi cocina, tras descubrir quién era él en realidad.

Había decidido desterrarlo de mi vida y en cambio fui a su encuentro como una polilla atraída por la luz.

—Hola.

Escucharlo hizo que una rara electricidad me recorriera el cuerpo.

—Hola —respondí.

Se inclinó hacia mí y se mostró indeciso sin saber qué hacer. Yo moví la cabeza en su dirección para indicarle que sí, que sí podía besarme en la mejilla. Me pareció irónico que pasásemos de lamernos con ansia, a dudar en saludarnos con un beso.

Encajó los dedos en mi cintura y me besó con delicadeza, cerré los ojos un segundo para aspirar su aroma y también lo besé. Iba bien afeitado, su piel se sintió suave contra mis labios. Nos separamos, corté el embrujo y retomé la compostura al ser consciente de en donde estábamos. Por suerte, no había nadie cerca.

—¿Qué haces aquí? —solté sin más, pues tenía un pase de visitas en el pecho.

No llevaba ropa de trabajo, nada de jeans o botas de seguridad, sino más bien de oficina. Tenía un saco casual, una camisa bonita y curiosamente lucía esa corbata que yo le había devuelto una vez en clases. Me dio la impresión de que había ganado un poco de peso, pero era algo casi imperceptible. Se le notaba en la mejillas más rozagantes y llenas.

—Una alumna a la que tutoraba tiene problemas con su nuevo tutor y el instrumento... Me ha pedido que venga a ayudarla —dijo con un dejo de fastidio.

—Pero ya no tienes despacho.

—Hay unos que no están asignados y se pueden usar... ¿Y tú? Que recuerde no tenías clases los viernes. —¿Aún recordaba mi horario?—. Ah, cierto eso fue el semestre pasado.

A la Máxima (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora