22. Matando las fronteras entre yo y tu piel.

1.2K 61 12
                                    

Mateo

Dejé mi taza en el lavaplatos y fui directo a lavarme los dientes rápido, otra vez estaba por llegar tarde y todo por quedarme como quince minutos más en la cama. Muy temprano como para que mi cerebro me obligue a despertarme. Estaba más que contento en saber que no iba a llevar nada en la mochila, sólo comida y mi parlante para poner música. Me subía más el ánimo todavía acordarme que no iba a ir Maximiliano a esa convivencia, puede ser un gran día sólo con eso.

—¡Ma, me voy!— avisé buscando mis llaves por todo el living, me resultó raro no escuchar una respuesta por su parte. Por lo general, siempre me saluda.

Confundido, caminé hasta la cocina en donde la vi por última vez, y estaba tal cual ahí mientras se preparaba su desayuno.

—Me voy— repetí, esta vez sin gritar.

—Bueno, suerte— dijo ella, pero demostrando cero interés con solo decirlo.

Eché un suspiro y me acerqué a mi mamá, no me importa llegar tarde.

—¿Hasta cuándo vas a estar enojada?— le pregunté bajando la voz, y ni siquiera me miró, sólo siguió haciendo lo suyo como si nada.

—Se te está haciendo hacer tarde— recordó, esquivando mi cuerpo para ir a buscar algo a la heladera.

—No me contestaste— me quejé.

—Porque sabés que te estás mandando demasiadas cagadas y, sin embargo, preguntás esa boludez— reprochó, mirándome por encima de la puerta.—. Y tengo todo el derecho de estar enojada hasta cuando se me cante, ¿o vas a cagarme a piñas?

—¿Por qué decís eso, ma?— consulté sin dejar de mirarla, más cuando volvió con su desayuno.— Ya se lo expliqué a papá y a vos también, sabés que soy incapaz de matar hasta a una cucaracha. Lo que pasó en lo de May no va a volver a pasar— prometí. Yo también me conocía muy bien, y por más que las ganas de agarrarme con Santiago sean más grandes que cualquier otra cosa, no me daba para hacerlo.

—Dijiste e hiciste tantas cosas que me negaste en la cara, que ya no sé qué creerte y qué no, Mateo— admitió haciendo un jueguito de hombros, como si no me entendiera.—. Hacé lo que quieras igual, no pasa nada— dijo. Con decirme eso, se agrandaba más la grieta.

—No me digas que haga lo que quiera, me re duele que me trates así— pedí sincero, no fueron muchas las veces que le dije lo de recién, y mi objetivo no era que afloje, sino que deje de pensar esas cosas.

—¿Y vos te pensás que a mí no me duele saber que a mi hijo lo están tachando de violento sus propios compañeros?

—Yo ya solucioné todo con todos, la única que sigue dudando de mí, sos vos— informé, pero mi mamá revoleó los ojos.—. No quiero seguir yendo al colegio sabiendo que estás enojada conmigo, soy imbancable de mal humor.

—No sé, Mateo. No me hagas enojar más de lo que ya estoy— ordenó.

Otro día en el que voy a caer al colegio con cara de orto.

—Andá o no vas a llegar— repitió para después abandonar la cocina.

No iba a cambiar su discurso, así que me fui de mi casa con frustración.

Caminando al colegio a paso rápido, escuché música para calmarme y no caer al colegio como siempre, con ganas de matar a alguien. Nadie tiene la culpa de mis mambos en casa. Me ahorré en mandarle el mítico mensaje de la mañana a Franccesca, no estoy de buen humor y no me dan los ánimos a estas horas tan tempranas.

Llegando a la institución, ya podía ver el micro que nos iba a llevar al campo deportivo. Entré y de lejos los vi a mis amigos, todos cagados de frío al igual que yo. Me senté al lado de Lautaro, quien estaba sobre la columna de siempre, y automáticamente me apoyé en su hombro para descansar los pocos segundos que quedaban antes de que suene el timbre.

cicuta; trueno.Where stories live. Discover now