27. Hace tres meses...

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Mateo

Una vez que terminé de cerrar lillo, busqué en los bolsillos de mis pantalones el mechero mientras que Franccesca se terminaba de atar el pelo.

—Entonces ¿ya no soy más Francisco en tu casa?— pregunté a la par que me ponía el porro en la boca, ella negó luego de unos segundos.

—Sólo para papá— informó, acomodándose el buzo que le presté apenas llegamos a casa.

No me asustaba, su hermano me cae bien.

—Y me dijo que te quiere conocer— añadió.

Apagué la mecha que acababa de encender y la miré frunciendo el ceño.

—¿A mí?— me señalé, la de rulos asintió riendo.

—Me dijo que Francisco le hacía acordar a Mateo, que le gustaría conocerte para comprobarlo.

—No sé si tomarlo bien o mal— admití, ahora sí prendiendo el porro.

Estábamos sentados en la vereda de mi casa, ya habíamos merendado y pintó divagar afuera un rato. Hacía frío, pero se podía estar si estabas abrigado; la estaba reteniendo lo más que podía porque sabía que en la semana no nos podíamos ver por el choque de nuestros horarios.

Todavía era temprano, las seis, pero ya estaba por terminar de oscurecer.

—Lo único que le dije era que te lo iba a hacer saber— continuó y yo ya estaba soltando el humo de la primera calada.—. La semana que viene ya se va a olvidar, tranquilo— aseguró mientras apoyaba su cabeza en mi hombro.

—Yo estoy tranquilísimo— avisé, aunque por dentro estaba prendido fuego. Todavía es raro pensar que mi casi suegro es el profesor de matemática que tanto me odia, no concuerda mi buena suerte con nada.

—No se te nota— negó nuevamente.—. Avisaselo a tu cara que no se enteró.

Yo chisté sin creerle y entrelacé nuestras manos mientras seguía fumando, lo bueno de vivir a varias cuadras de una avenida era que no pasaba ningún auto ni nadie molestaba. Mis vecinos eran puros viejos que no emitían ningún sonido y mis papás aún no estaban en casa. Era un buen momento para hacer absolutamente nada.

—¿Te acordás la vez que hablamos de Bariloche en tu casa?— recordé mirándola de reojo, Franccesca asintió.— Falta poco, ¿viste?

—Un mes y algo— se sorprendió, esa información no me entraba del todo en la cabeza. Todavía siento que estamos en marzo, comenzando las clases y cagándonos de calor por la falta de ventilación en el aula.—. No siento estar en mi último año de colegio, ¿vos sí?— preguntó interesada.

—No me gusta hablar de que se va a terminar todo— negué con angustia.—. Siento que voy a perder amigos, o que me voy a distanciar de gente que quiero, y ¿quién quiere eso?

—Obvio que nadie, pero no hay que vivir pegado a algo. Hay que experimentar— reconoció para hacerme entrar en razón.

—Al pedo, quiero ser mantenido toda la vida— alcé los hombros, la de rulos también chistó e ignoró lo que le dije.—. O prefiero mudarme solo y tener un perro salchicha.

—¿Un perro salchicha?— repitió riendo, a lo que yo la volví a mirar con enojo.

—¿Cuál hay con los perros salchicha?— hice montón con la mano.

—Son feos...

—Callate, me vas a hacer re calentar— interrumpí para después fumar un poco más.—. Mi viejo odia los animales, pero si es por mí, me armo una guardería sólo de perros salchicha— afirmé, escuchando nuevamente la risa de la de rulos.

cicuta; trueno.Where stories live. Discover now