56. Descubriendo el sexto sentido.

1K 69 59
                                    

Mateo

Tercera vez que tocaba la puerta y nadie me respondía.

—Te voy a tirar la puerta abajo, Mayra— advertí.

Mi amiga estaba ofendidísima conmigo, y era por el mismo problema de siempre. Que le haya hablado a la mamá cuando ella no quería.

No tenía mucho tiempo, porque a pesar de ser las seis de la tarde, nosotros teníamos que ir a la quinta de ella para acomodar todas las cosas para hoy a la noche.

—Chupame las dos tetas...

—¡Mayra!— la retó su mamá.

Sí, la mamá estaba al lado mío.

Mi amiga, sacada, abrió la puerta y nos miró a los dos, pero más a la mamá.

—¿Le decís que se vaya?— le dijo a la mamá, señalándome. Ahora va a hacer como que no estoy.

—No— negó la mayor.—. Te vino a buscar de buena fe y me parece excelente, ni tu novio vino a verte, y si lo hizo fueron dos segundos— reconoció, cruzándose de brazos.

Yo le di la razón, totalmente orgulloso de que me defienda.

—¡Siempre hace lo mismo, loco! ¡Le digo que no lo cuente y lo cuenta!— se quejó, volviéndole a hablar a la mamá.

—Hola, estoy acá...— recordé, pasándole la mano en frente de su cara.

Ella la quitó de un manotazo.

—A mí me gusta que me lo haya dicho, ¿quién se preocupa así por vos que no sea yo?— cuestionó, y cómo amo a esta mujer. Mi segunda madre, definitivamente.

—A mi no, que me deje de romper los ovarios— repitió, con nuevas intenciones de cerrar la puerta.

Yo se lo impedí trabándola con el pie.

—Un uber para ir a la quinta te cuesta quince lucas, yo te cuesto gratis. Así que dejame hablar o te vas allá caminando a pata— advertí, mirándola a los ojos.

—Los dejo— habló la mamá, y acto seguido se esfumó de nuestras vistas.

La morocha chistó y se corrió de la puerta para que pueda pasar, sólo que ahora se fue a sentar a su cama y su cara de orto no se modificó para nada.

—Cambiame la cara, ya— ordené, sentándome al lado de ella.

Mayra, en cambio, pegó un pequeño salto y se alejó un poco. Eso me hizo reír sin pensarlo.

—Y vos renovate las neuronas— pidió con el mismo tono mandón.

—¿Hasta cuándo pensás estar así conmigo?— alcé las cejas y la miré de costado, ella ni siquiera me correspondía la mirada.

—Vos siempre te pensás que pidiendo perdón solucionás todo, y no es la primera vez que lo hacés, Mateo— dijo y yo suspiré.

Sí, capaz que tiene razón en que no puedo mantener la jeta cerrada ni por dos segundos, pero yo juro estar intentándolo.

—¿A qué otra persona se lo conté que no sea tu mamá...?

—A Lautaro— interrumpió. Pensé que era más que obvio que se lo iba a contar a él, ya que yo me refería a personas que no sean de nuestro entorno.

—¿Y él no es tu mejor amigo?

Ella no lo negó ni lo afirmó.

—Tengo boca para decir las cosas— alzó los hombros, demostrando estar neutral ante mi pregunta.

cicuta; trueno.Where stories live. Discover now