44. Atte, Maximiliano.

698 53 4
                                    

Mateo

—¿Viste que no era tan difícil?— cuestionó Franccesca, y yo respiré aliviado de saber que ya habíamos terminado de repasar todos los temas.

—Por favor que tu papá me apruebe— rogué, juntando las dos manos y mirando al cielo.

Franccesca rió por lo bajo y se quedó mirando la hoja en blanco que tenía en frente, sin decir nada. Como si se hubiese quedado perdida.

—¿Pasa algo?— pregunté, agarrando el termo para cebarle un mate a la de rulos.

—Nada— negó ella con su cabeza, y me volvió a mirar.

—Vas a venir a lo de Lau al final, ¿no?— interrogué mientras le pasaba el mate, ella me lo agradeció con una simple sonrisa.— Es en la quinta de Mayra.

—No puedo— lamentó, y volvió a quedarse mirando la hoja vacía.

—¿Por qué no, amor?— fruncí el ceño.

—Por lo mismo que te dije antes, papá no me deja— explicó.

—¿Y no le mentiste como yo te dije?— insistí, Franccesca volvió a negar con una mueca de pena.

—Iba a querer llevarme para corroborar a dónde estaba yendo, después de Bariloche no para de estar encima mío— acotó, alzando los hombros y entrecerrando los ojos por lo fuerte que le pegaba el sol. Ya no nos juntábamos a estudiar en su casa, sino que nos veníamos al parque de siempre, bajo el mismo árbol que todas nuestras juntadas.—. Aparte, esta semana empiezan las clases de vuelta, y no sé... Presiento algo raro— añadió.

—¿Raro como qué?

—No me para de preguntar por Francisco— me contestó, y ahora entendía por qué ya no le llevaba la contraria a su papá tanto como antes.—. Para mí que ya lo sabe, Mateo— murmuró.

—No tiene pruebas para saberlo— negué, seguro de mis palabras.—. Y si las tiene, es su palabra contra la nuestra, porque también están tu vieja y tu hermano en el medio que nos pueden ayudar...

—Es que no es así— me interrumpió.—. El otro día, cuando viniste a casa y mi viejo justo vino, me la agarré con mi hermano por haber hecho una cosa totalmente distinta a la que me había prometido. Y él me dijo que no tenía por qué seguir ayudándonos, porque siempre terminamos beneficiados sólo nosotros.

—¿Entonces?— pregunté.— ¿Voy ahora, entro a tu casa y le digo todo a Maximiliano?— dije irónico.

—No, no digo eso— me negó en voz baja.—. Pero no nos agarremos más de nuestros familiares o amigos, porque cada vez involucramos más y más gente, y eso es peor. O, por lo menos, no lo hagamos hasta que estemos decididos— pidió, a lo que yo fruncí el ceño por segunda vez. No entendía muy bien a lo que iba.

—Fran, sobrevivimos a un viaje de egresados en donde éramos más propensos a ser cornudos y no pasó, ¿nos vamos a preocupar por algo que pasó hace unos días...?

—Es que no es algo que pasó hace unos "días"— me interrumpió, haciendo comillas con sus dedos.—, es algo que viene pasando hace meses, amor. ¿No te da cosa que nos tengamos que juntar lejos de mi casa para estudiar? ¿O que te tengas que esconder abajo de mi cama?— consultó.

Pensé bien lo que iba a preguntar, y lo solté:

—¿Me querés terminar?

—No, amor, ¿qué decís?— hizo montón con la mano.

—Es que es algo que hablamos miles de veces, no es nada nuevo para nosotros— reconocí, viendo cómo Franccesca se quedaba mirando para otro lado.

Respiré hondo y me apoyé contra el tronco del árbol para quedar pensando un rato, hasta a veces el silencio dice muchísimo más que cualquier otra palabra. No podía estar pensando estas cosas a pocas horas de volver a ponerme en pedo, no es propio de mi ponerme mal y, encima, por el tema de mi novia.

cicuta; trueno.Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ