45. ¿Quién va a ser si no soy yo?

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Franccesca

No sé por qué número de vaso iba, pero no era ni el primero ni el último. 

Me había alejado nuevamente de toda la gente bailando, ya que no encontraba a mi amiga por ningún lado. Salí para el patio y vi que estaba en una esquina con Lautaro, alejados de todo el mundo, pero no era una imagen muy linda de ver. Mi amiga estaba con una cara de enojada que nunca antes se la había visto, y Lautaro le contestaba de una manera no muy agradable.

Imaginate estar peleando en tu cumpleaños, qué horrible.

Lautaro le terminó de decir algo a Delfina, que la hizo calentar aún más, y se volvió para adentro de la quinta. Me estaba por llevar puesta si es que no me corría antes de tiempo. Ahora yo fui quien me acerqué a hablar con la castaña.

—¿Qué pasó, Del?— pregunté, ella se había terminado lo poco que le quedaba a su vaso. El culito para ser más claros.

—Me tiene harta— contestó, y luego dejó el vaso en el suelo para frotarse las manos por el rostro.—. Es un pelotudo...— murmuró, escuché muy bien el quebrante de su voz, haciéndome preocupar.

—Pero ¿por qué, amiga? ¿Qué pasa?— insistí con la misma pregunta.

—Le chupa un huevo lo que le digo, lo termina haciendo igual— dijo, y al toque que se descubrió el rostro, vi que se le había corrido todo el rímel.—. ¡Qué idiota que es! ¡Lo odio!— espetó, y lo gritó tan fuerte que tuve que darme vuelta a ver si alguien más lo había escuchado.

Afortunadamente, nadie.

—Le dije que no invite a Ainara porque ellos dos ya fueron hace rato, y la invitó...— me contestó de una vez por todas lo que le venía preguntando.

—Pero ya la habíamos visto antes, Delfi, justo cuando llegaste— recordé, pero ella negó con su cabeza.

—¡Pero me la volví a cruzar!— explicó.— La odio, te juro que la odio— siguió murmurando.

—No le dés bola, Delfi. Sabés que Lautaro está hasta las manos con vos...

—No, Franccesca, le importo tres carajos— interrumpió, pasándose el dorso de su muñeca por debajo de sus ojos.

—Vamos al baño, ¿sí?— propuse y mi amiga asintió.

Volvió a agarrar su vaso y nos tomamos de la mano para pasar otra vez por toda la gente. Ya me sabía esta quinta de memoria de tantas veces que habré caminado en ella, pero era la primera vez de Delfina por acá y, al estar medio en pedo, entendía que no podía dejar que se guíe sola por acá.

De la nada, alguien me agarró de la mano y me hizo dar vuelta. Era Mateo.

—¿Todo bien?— me preguntó, un tanto preocupado cuando vio cómo estaba mi amiga.

—La acompaño a Delfi al baño— le avisé para dejarlo tranquilo.—. Dejá de tomar que te va a dar un patatús— pedí, haciéndolo reír.

Él se volvió con sus amigos y yo con Delfina seguí caminando hasta el baño.

Una vez que entramos, ella bajó la tapa del inodoro y se sentó como un indio para seguir llorando. Sé que la mitad de las cosas que pensaba o decía estaba bajo los efectos del alcohol, así que no me tomaba muy en serio sus puteadas a Lautaro; por mucho que ella me critique por ser tan goma con Mateo, ella enganchada de alguien es igual o peor que yo.

Me mojé un poco las manos y luego se las pasé a ella por la nuca.

—¿Por qué no me quiere como yo lo quiero?— preguntó en voz alta, y a la vez me miraba para que le dé una respuesta.

cicuta; trueno.Where stories live. Discover now