42: Día 8: Ni con un palo.

969 55 19
                                    

Mateo

—¿Duele, mami?— le preguntó el chabón a Mayra luego de que le haya marcado la primera línea.

—Por ahora no— contestó, dejando de apretarme tanto la mano. Del miedo que tenía, me pidió que por favor le haga el aguante y me quede al lado de ella, mientras que Lautaro estaba chequeándose su tatuaje en frente de un espejo del lugar.—. Vos no me sueltes, forro— amenazó, mirándome a los ojos.

—Corro riesgo, ¿no?— bromeé, y ella asintió.

—Fachero...— habló Lautaro, sin pararse de mirar el antebrazo. 

Nos costó más de una hora de charla convencerla a Mayra que, por ser el último día, teníamos que aprovechar en tatuarnos, ya que en Buenos Aires hay mucha más prohibición que acá. Como no nos decidíamos en qué tan random podía ser lo que nos tatuáramos, literalmente nos estábamos tatuando la palabra random y aleatorio. Eran de nuestra segunda palabra más usada, no podíamos tatuarnos la palabra pete, la primera palabra más usada. 

La única que faltaba era nuestra amiga, quien había decidido tatuarse última para ver qué tanta cara de dolor poníamos.

—Mamá me llega a ver con esto y me reserva un lugar al lado de mi viejo— suspiró la morocha, pero era demasiado tarde como para arrepentirse. El tatuador iba por la segunda letra.

—A los tres— advertí, y Lautaro asintió.—. Capaz que mi viejo no tanto, pero a mi vieja le voy a dar un infarto. Quedará usar buzo con treinta grados de calor— alcé los hombros luego de no encontrar una buena excusa. 

—A mí vieja no le importa, mientras que no sea su nombre o su cumpleaños. Dice que no soy ningún DNI— habló Lautaro, haciéndonos reír. 

De un segundo al otro, Mayra apretó con fuerza mi mano y me demostró cuánto le estaba doliendo.

—¡Pará, enferma!— me quejé, y ella dejó de hacer tanta fuerza cuando se percató de lo mucho que me estaba apretando.— Ni duele, loca de mierda. No mariconees.

—No estoy mariconeando, tarado. Tengo la piel re sensible— recordó, frunciendo el ceño con enojo.—. Me olvidaba que seguías con los nudillos sanándose— acotó, y terminé escuchando la risa del peliteñido.

—Unos rasguñitos— espeté con despreocupación, mirándome la mano de reojo. Me habían quedado marcas notables luego de pegarle a Nattanael, las cuales aún no sanaban del todo.—. El hijo de puta de Nattanael se estuvo haciendo bastante el vivo estos días, no sé cómo me aguanté en cagarlo a piñas otra vez...

—¿Y yo, boludo?— me interrumpió Lautaro, sentándose en el sillón de en frente.— Me vino a patotear cuando estaba con Delfina, seguro le quiere entrar como resentido que es— opinó, llevándose una rápida mirada de Mayra.

—¿Qué onda con esa?— preguntó, cambiando rotundamente de tema.— Ayer la vi volviéndose con otro del boliche, con uno del sacramentado— informó, y Lautaro frunció el ceño.

—Me dijo que se sentía mal y que por eso no se volvía conmigo— acotó él, con Mayra nos miramos y comenzamos a reír.—. ¿De qué se ríen, boludos?— consultó molesto.— ¿Con quién se volvió?

—Qué se yo, me parece que era Elizalde— contestó, sin escucharse muy segura.

Lautaro, un tanto apurado, sacó su billetera y agarró unos cuantos billetes de mil, para después dejármelos a mí en la mano.

cicuta; trueno.Where stories live. Discover now