Capítulo 3 "El Duque"

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—¡Lord James!, ¿Por qué parece que se regocija en negarnos una mirada suya?

Arthur giró la cabeza y se mantuvo sereno.

—No estoy acostumbrado.

—Tengo la ligera sospecha de que esconde la mirada para evitar que se arrojen en sus brazos —insinuó la mujer.

—No es así. 

—Que modesto —respondió resignada.

Él advirtió el leve coqueteo y, sin saber cómo responder a ello, sonrió de manera forzada.
De pronto los ruidos que rodeaban el salón comenzaron a causarle un fuerte dolor en la sien y, entre las risas de las mujeres mezclado con el sonido de la música, fue imposible concentrarse. La copa que sostenía no pudo mantenerse y entonces cayó al suelo provocando murmuraciones entre los invitados tras el pequeño accidente.

—¿Excelencia, está usted bien?

La voz de la mujer hizo que él levantara la cabeza y, al pestañear varias veces, un escalofrío lo recorrió haciendo que su pecho se agitara.

—Que torpe.
      
Las personas empezaron a sujetarlo, y lo último que alcanzó a escuchar antes de desvanecerse fueron frases sobre lo pálido que estaba su rostro.

Ya tenía cinco meses asistiendo a los distintos eventos que exigía el protocolo de su nuevo título, y aún así,  seguía siendo atacado por esa falta de aire que lo hacía perder el conocimiento. Los médicos habían descartado cualquier afectación a su salud y el diagnóstico era siempre el mismo: Arthur James era un hombre vigoroso y resistente. Nada en su rostro, ni en su piel o en sus ojos daban algún indicador de ser un propenso a debilidades físicas. Quizá entonces padecía demencia o puede que todo Londres aguardara a un séquito de médicos incompetentes, pero lo cierto era que nadie había podido determinar el motivo real de sus constantes desvanecimientos.

—Excelencia, excelencia —insistió un hombre. 

Mientras trataban de reanimarlo, el resto de invitados estaba haciendo guardia alrededor de él.  

—Despejen el lugar, le falta el aire —ordenó alguien una vez que Arthur volvió en sí.

Todo mundo se apartó, lo ayudaron a levantarse y entonces lo depositaron sobre la silla más cercana. La mujer que había estado hablando con él, se percató de que su mano tenía un camino de sangre que brotaba desde una herida e hizo una seña para que uno de los hombres lo notara.

—Que venga un médico, está herido.

Arthur negó con la cabeza y en una seña sencilla indicó que dejaran de movilizarse. Pasaron alrededor de diez segundos cuando por fin pudo hablar.

—Traigan mi coche, me voy a casa.

Los anfitriones pidieron lo necesario, y entre murmuraciones y quejas, lo dejaron ir.
Durante los minutos que duró el recorrido, el sudor volvió a cubrirlo de forma inesperada. Tragó saliva, pero ni siquiera eso impidió que su pecho se sintiera sometido y encogido como si alguien le estuviera haciendo presión. Sus manos empezaron a moverse con dificultad y las llevó con prisa hasta sus brazos como si intentara envolverse en sí mismo. Cerró sus ojos y los apretó tan fuerte mientras fruncía los labios, que ya cuando sintió correr el aire, dejó caer toda la tensión de sus hombros.  
Cuando por fin se detuvieron, tuvo que tomarse unos minutos antes de salir para lograr calmarse.

—¿Excelencia, está usted bien? —preguntó el mayordomo al recibirlo.

Arthur levantó el brazo y le mostró la sangre que había manchado su ropa.

"Como sello sobre tu corazón" Where stories live. Discover now