Capítulo 52 "Fugitivos libres"

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"Querido hijo.

Decidí escribirle en este tiempo sencillamente porque no puedo seguir permitiendo que se niegue la felicidad.
Sé muy bien que la vida ha sido injusta con usted y no esperaba perder a su madre en un momento tan importante de su juventud. Fue algo inesperado que lo atacó sin misericordia y se me encoge el corazón al recordar aquella noche en la que usted se preguntó confundido, qué haría a partir de entonces con ese dolor que lo habitaría de por vida.
En ese tiempo no tuve una respuesta en concreto.

Pero ahora le digo que al pasar los años, he tomado la suficiente experiencia como para hacerle saber que el dolor no puede negarse para siempre. Enterrarlo solo hace que su peso se agrande y le aseguro que eso no logra desaparecerlo.

Entiendo sus miedos, entiendo que le cueste trabajo aceptar que necesita de otras personas para salir del pozo al que usted mismo se arrojó hace años.
Pero el amor es lo único que nos salva. No hay otro remedio más poderoso para el dolor, que el cariño y la ternura de alguien que nos ame sin ningún prejuicio.

No desperdicie más el tiempo. Es necesario que ya se muestre débil para que pueda palpar su propia fortaleza. Recuerde que la voluntad es un remedio para aquello que nos hace sufrir y usted ha sobrevivido. Sé que puede vencer este último obstáculo.
Por favor, que el legado de su madre no muera con usted. Tiene frente a su rostro la oportunidad de ser feliz, aprovéchela.

Lady Brigton."

—¿Mi lord?

Anthony levantó la mirada y, agitado, arrugó la carta en sus manos.

—¿Qué sucede, Margaret?

Ella se adentró y notó que su señor estaba inquieto. Lo sabía solo con verle el ceño fruncido y los labios apretándose para dentro y para afuera, como si intentara remojárselos a cada momento.

—Le traeré algo para calmarlo —indicó al observar su mirada.

Él no respondió, se limitó a permanecer quieto en la silla que estaba detrás de su escritorio.

Las palabras de Lady Brigton dieron justo en la herida que estaba tratando de olvidar desde que pisó Londres. Siempre huyendo de un sitio a otro y nunca asumiendo el dolor de saberse lastimado. Era insoportable. Ya no podía llevar a cuestas ese peso. Era una batalla dura que ahora lo tenía desgastado y totalmente abrumado.

Tenía razón. Lo sabía, sabía que la única persona capaz de sanar ese dolor, era él. Solo que debía tomar una decisión.
Tenía que echar raíces, esas que nunca alimentó ni permitió que crecieran por temor a algún día ser derribado. Tenía que dejarse crecer y ver hasta dónde podía llegar. Tenía que aceptar que la única forma de sanar era permitiendo el amor en su vida. No le importaría cuanto durara si solo era capaz de sentirlo libre y vibrante sobre su pecho, tal como el aire que lo mantenía vivo.
Ese amor estaba en Lucille. Ella era la mujer que lo amaba.

Para el momento en el que Margaret le trajo una bebida caliente, él estaba llorando.

—Tome —indicó ella.

El la observó con tanta devoción, que se le echo encima y la abrazó.

—Mi querida Margaret. Desde que mi madre murió te has asegurado siempre de traerme esta bebida para calmar mis nervios. Gracias.

Ella se sonrió y agachó la mirada para disimular el leve sonrojo que coloreó sus mejillas. Un abrazo de él no era cualquier cosa.

—Lo conozco lo suficiente como para saber que justo en este momento está decidiendo algo.

"Como sello sobre tu corazón" Where stories live. Discover now