Un peu fou, rien de plus.

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  — Mamá, Liz me esta sacando la lengua. 

Clary rodó los ojos y miro con un gesto de suplica a Isabelle. 

— Elizabeth Lewis, no molestes a tu primo— sentenció la pelinegra, sin derecho a replica. 

Lizz, volteó decidida a ignorar a Max y en su lugar intentó entablar conversación con Sophie. 

  — ¿Y los tíos? 

— No sé— contestó la pequeña bruja encogiéndose de hombros—   Tío Jace dijo que Papá y Papaíto estaban muy ocupados. 

  — Quizás están haciendo algún trabajo para la clave— sugirió su prima.

— Puede ser— dudó, Sophie. 

— En fin, ¿Podemos hacer algo divertido, So? 

— ¿Qué tienes en mente?— contestó esta rápidamente, porque sabía que las ideas de su prima no solo solían no ser divertidas, si no que también eran peligrosas. 

Gracias al ángel, Gideon se había quedado en casa. Porque si las ideas de Una Lewis Lightwood eran peligrosas, las de ambos rasgaban lo explosivo. 

  La pequeña Nephilim abrió a penas el bolso que llevaba consigo siempre y mostró a la brujita su contenido. 

Una rana. 

  — Podríamos ponerlo en la sopa del tío Jace. 

Una parte de Sophie, razonó que si su tío había sido capaz de superar su adolescencia ingiriendo la comida que tía Isabelle preparaba, era inmune a cualquier cosa. Y por otro lado, si se negaba, Lizz lo haría de todos modos en solitario,  y sería más sencillo que la atrapasen. 

— Vale, te ayudare— exhaló, pero con una emoción interna que comenzaba a gestarse en su pecho. 

——— 

Estaban separadas del grupo que almorzaba tranquilamente en la mesa del restaurante. 

Se habían alejado con la excusa de inspeccionar el sector de juegos, pero realmente estaban ideando un plan en el arenero.

  — Cuando Celine crezca, ya no podremos molestar a tío Jace. 

— Max es grande y aún así lo molestamos. 

— Tienes razón, no se salvara nunca— sentenció la nephilim. 

— ¡Ya se como lo haremos!— exclamó luego de algunos segundos pensando, la Brujita. 

  — ¿Cómo? — Inquirió con curiosidad Lizbeth. 

  — Hipnotizaré al mozo, y el mismo pondrá la rana. 

 — ¿Y si el tío Jace se da cuenta que ha sido el mozo y lo golpea? 

  — Intervenimos. 

——— 

  —Que extraño es esto. Yo te miro a los ojos y no pasa nada, pero si tu me miras mientras estas haciendo eso si pasa—comentó Lizz, observando a su prima que conectaba su mirada con un joven mozo de unos veinte años. Sus ojos se fundían del azul al rosa claro, llevaba el ceño fruncido por la concentración y no emitía sonido alguno. 

Es así como ignoró el comentario de Lizbeth, hasta que finalmente acabo con su cometido y le pidió que se acercase. 

  — Dale la rana— murmuró. 

Elizabeth, con completa naturalidad tomo la rana en sus manos y se la tendió al mozo. 

Le sorprendía el talento de Sophie, porque a diferencia de otros brujos capaces de hipnotizar que había conocido, cuando So lograba que la voluntad de tu mente cediese, no reaccionabas como un robot, con la mirada perdida y movimientos férreos. Más bien era como si tu mente te engañase,  y creyeses que lo que estás haciendo no es más que lo que planeabas hacer. 

El mozo tomo tranquilamente la rana, les dio las gracias y avanzo hacía la cocina a preparar la sopa. 

  — Listo, ahora volvamos a la mesa o levantaremos sospechas. 

Se arrojaron algo de arena sobre su ropa para que pareciese que habían estado correteando por ahí, y se sentaron con pequeños suspiros de falso agotamiento.

  — Ahora solo queda esperar— susurró Liz, y recibió una mirada pidiendo silencio de parte de su prima. 

  — —— 

— ¡POR EL MALDITO ÁNGEL! MALDITOS SEAN TODOS, MALDITOS.

  — ¡JACE! Deja de correr, estas asustando a los niños— protestó Clary.

  — Déjalo, ya se va a calmar— dijo relajada Isabelle, que no se había movido de su silla.

En la otra punta, Jace saltaba en una pierna con su lengua hacía fuera y escupiendo de vez en cuando. 

Cerraba los ojos, apretaba los puños y tenía arcadas.

— MALDICIÓN, MALDICIÓN.

Bajo la mesa, escondidos, estaban Max, Sophie y Lizbeth. Las últimas realmente arrepentidas. 

Clarissa, perseguía a su marido con Celine en brazos y le pedía que se calmase a gritos. 

— Puedo darle con mi látigo si quieres, aunque hay demasiados mundanos. 

Clary, miro enfadada a su cuñada y siguió rogándole a su marido que no la hiciese pasar más vergüenza.

Para finalizar, cuando pensaban que no podía perder aún más la cordura, el rubio se arrojo al piso y comenzó a rodar. Se detuvo un instante, metió la manga completa de su remera en la boca, intentando limpiarse, y comenzó a dar patadas en el suelo demostrando su gran rabieta. 






 

Después de nosotros (Malec, Sissy, Clace).Where stories live. Discover now