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Ahren

Es un día caluroso, demasiado, diría yo... Tengo que estar en mi habitación, pues, en primero: Chris está abajo y no soporto estar respirando el mismo aire que él. Segundo: es el único lugar del mundo en donde puedo estar con playeras de manga corta, ya que no tengo que preocuparme de que alguien vea mis cortadas.

Me acerco a mi ventana para abrirla, la chica de al lado se encuentra frente a su escritorio, el cual está justo en frente de su ventana, trae puestos unos audífonos, y está escribiendo algo.

Diviso su habitación, que antes era gris, ahora es rosa pastel. Puedo observar unos cuantos dibujos hechos a lápiz, otros con bolígrafo y algunos hasta con rotuladores... Pero todos sin excepción son muy bellos. En un momento me percato de que estoy sonriendo involuntariamente. Reacciono y me aparto de la ventana, frotándome los ojos. Me recuesto sobre mi cama. Los oxidados resortes del colchón rechinan cada vez que aplico peso sobre éste.

Miro al techo, y me pierdo en el color blanco grisáceo que éste irradia, levanto los brazos, observo las marcas que tengo en la piel, algunas son recientes, otras casi desaparecen. Cada una de ellas tiene una anécdota de mi infeliz vida.

No tengo una visión clara de mi futuro, inclusive a veces pienso que jamás tendré uno... soy una alma desdichada que no tiene ni la menor idea de qué hacer con su vida, un idiota que se auto destruye. Yo sé que no quiero morir, aunque a veces piense que sí. Sólo espero el día en que tenga que ir a la universidad. Podré largarme lo más lejos posible de este lugar lleno de mierda, así tenga que empezar desde cero y sin un centavo en el bolsillo.

—¡Ahren! —me llama Chris.

Me coloco rápidamente mi sudadera, para poder bajar.

—¿Qué pasa? —pregunto de mala gana mientras bajo las escaleras.

—Ven, siéntate... —me sonríe de una manera maligna.

Me acerqué con pasos vacilantes hasta el sofá de un azul decolorado y me senté.

—He escuchado que fuiste grosero.

—¿De qué hablas? —musito frunciendo el ceño.

—No finjas que no sabes... La chica de al lado, vino a saludar ayer... Y la rechazaste —Sigue sonriendo, y eso me asusta —. Es muy linda, ¿No lo crees? 

—No quiero que te acerques a ella —lo miro a los ojos de manera retadora.

—¿Ajá? Me agrada esa chica, es sexy —me asquea cada palabra que emerge de su boca—. Y  creo que yo también le agrado.

—Eres un imbécil —Estoy a punto de levantarme, pero él me toma del cuello de la remera.

—Eres un marica, no podrías hacer nada al respecto... ¿O sí?

Sonríe de una manera tan cínica que me dan ganas de tumbarle todos esos "perfectos dientes"—como su novia los describe— de un puñetazo. Pero no tengo el valor, tal vez tiene razón.

Logro zafarme de su agarre y salgo de la casa hirviendo de rabia.


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