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Jane

¿En el otro auto? ¿A qué se refiere? Será... No, no puede ser. Es simplemente imposible. Ah, necesito hablar con Ahren, ¿dónde está?

Me levanto del sofá decidida a ir a su casa, pero me percato de que mamá cerró con llave y no puedo salir. «mierda» pienso en voz alta. Subo corriendo a mi habitación y abro mi ventana. Hago a un lado el escritorio y doy una larga zancada para llegar a la ventana de Ahren, tal como lo hice aquella vez. Golpeo ligeramente el cristal de la ventana con los nudillos. Nada. Golpeo por segunda vez, esta vez más fuerte.

—Ahren, ¡abre!

Sigo tocando por al menos tres minutos, cuando por fin se abre la ventana y los ojos azules salen a asomarse.

—Ah, por fin —enuncio mientras entro a su cuarto— he estado mil años tocando.

Me siento en su cama rechinante y miro a Ahren, quién se encuentra viéndome fijamente sin expresión alguna.

—Tu madre no quiere que me veas —explica lo evidente.

—Ya lo sé. Pero te prometí que no te dejaría solo. Y una promesa es una promesa.

—¿Y si descubre que has estado aquí?

—Ha de andar con Christopher, no regresará hasta tarde.

—Bueno —se sienta a mi lado—. ¿Y a qué has venido?

—Si quieres me voy —expreso indignada.

—No, no. Quédate —dice sonriendo débilmente.

Me detengo a contemplar su rostro, pensando en la primera vez que lo ví. Me doy cuenta de que ha cambiado un poco su actitud; sigue siendo el chico frío y cerrado al que conocí... Pero, diferente. Cuando lo ví el primer día en el parque, me convencí de que terminaríamos siendo amigos, pero nunca imaginé que llegase a importarme tanto como ahora.

—Christopher vio mis brazos —confiesa poniendo su mano sobre su muñeca.

—¿Y qué dijo? —pregunto sorprendida.

—Nada... —desvía la mirada y me doy cuenta de que no me quiere decir.

—Es un imbécil —ruedo los ojos.

—¿Qué hora es? —pregunta mirando al reloj, respondiendo su pregunta. Son las tres con veinte— Larguémonos de aquí, Jane —sugiere Ahren tomando mi mano—... Al menos por un rato.

—Vámonos.

Salimos de su casa, como dos aves recién liberadas. Sin conocer el rumbo, sin tener un destino. Simplemente caminamos con la intención de alejarnos de lo inevitable.

Caminamos un buen rato, tal vez por una hora. Llegamos a la escuela, involuntariamente seguimos el camino hacia el único lugar que quizá los dos conocemos. Continuamos nuestro camino, platicando acerca de temas banales. Esta vez con rumbo al parque.

Después de tanto caminar, el cansancio se hace presente y tomamos un descanso en una banca solitaria entre muchas otras.

—¿No tienes calor? —interrogo al señalar su sudadera negra.

—Prefiero aguantar el calor a que alguien vea mis brazos, son horribles.

—No son horribles —tomo su mano entrelazando nuestros dedos—, yo creo que tú eres perfecto —le doy un beso en la mejilla—. Pero respeto si no quieres que te vean.

Heme aquí, desobedeciendo a mi madre, en el parque junto a un chico de bellos ojos azules.

—¿Has estudiado? —Ahren rompe el silencio.

—¿Qué? —le cuestiono confundida por su pregunta.

—Para el examen de literatura, el que nos ayudará a pasar después de aquel trabajo que no presentamos.

—No arruines el momento, Ahren —respondo riendo, pues no he abierto el libro de literatura para estudiar ni una sola vez.

Empieza a atardecer, y el cielo de pinta de violeta. Las luces de las casas se comienzan a encender.

—Es mejor que regresemos —comento poniéndome de pie— qué tal si mamá regresa.

Nos apresuramos a volver. Estamos a unos cincuenta metros de la casa, cuando veo que el auto de Christopher está dando la vuelta en la esquina.

—Mierda, ¡ya vienen! —grito acelerando el paso hasta comenzar a correr.

Los dos corremos, y yo me dirijo a mi casa hasta que recuerdo que está cerrada con llave. Entro con Ahren a la suya con la idea de entrar a mi cuarto por la ventana. Se escucha que el auto rojo se estaciona frente a la casa cuando vamos entrando. Subimos las escaleras hasta el cuarto de Ahren. Me acerco a su ventana con la intención de abrirla, pero ésta se atasca y es imposible deslizarla hacia arriba. Se escucha que alguien sube las escaleras. Ambos entramos en pánico.

—Deja eso, ocúltate en el baño —ordena susurrando. Entro al baño con pasos rápidos y sigilosos.

Se abre la puerta, y no me da tiempo mas que para entrecerrar la puerta del baño.

Lo prometiste © #PGP2020Where stories live. Discover now