Sueño 1: Arribo a Houston

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Jacob

Siento algo de turbulencia, mis mejillas están algo frías por el aire acondicionado, y la boca me sabe a menta; una mano me mueve ligeramente por el hombro, luego una voz femenina, dulce y suave me dice que me despierte, era una de las azafatas, que iba de asiento en asiento despertando a los pasajeros que aun dormían. Abro los ojos lentamente, la pantalla frente a mí —donde antes vi una película— marcaba que eran casi las once pm, ya debíamos de estar por aterrizar en el aeropuerto; giro la cabeza a la izquierda para ver a mi madre y a mi hermana, Erika, despertando lentamente. Mi cerebro al estar casi por completo activo, comenzó a procesar algunas sensaciones: la suavidad de los asientos, el olor a lavanda en el aire, el ruido de un carrito de servicio, y el sonido de las azafatas que caminaban hasta la cabina.

—Este terciopelo azul sí que es cómodo —murmuré.

Erika, giró la cabeza hacia mí, bostezaba y estiraba los brazos hacia enfrente.

—Tienes razón en eso... los asientos son cómodos —comentó.

— ¿Alcanzaste a escucharme?

—Claro, murmuras muy alto.

—Sí, lo hago.

Volteé la mirada hacia la derecha, al otro lado del pasillo se encontraban papá y Dorian, ambos estaban aún acostados, pero no tardarían en despertarse, nunca se quedaban dormidos más de la cuenta, sobre todo papá, se había acostumbrado a levantarse temprano durante su tiempo de servicio en la FRAE —Fuerza de Reacción y Avance Estratégica— o como todos en el mundo la conocen: la milicia privada más letal del mundo. Ver a Dorian ahí sentado me daba algo de risa, él le tenía miedo a volar, pero a pesar de ello, se encontraba allí, dormido como si nada, pero él no estaba así cuando viajamos a Ámsterdam cuatro años atrás. Dorian le tuvo tanto miedo a subirse al avión que tuvimos que darle píldoras para dormir, después papá tuvo que cargarlo todo el camino hasta su asiento, eso en verdad fue muy difícil, ya que, en ese entonces, él tenía dieciséis años.

Nuestro viaje a Hawái había sido memorable aún más porque era mi cumpleaños: sol, playa, tours alrededor de los paisajes más hermosos de la isla, viajes en bote pare ver a los tiburones, bailes tradicionales, comida exótica, animales, todo lo que un turista podía pedir en un mismo lugar, sin mencionar la estadía en el hotel cinco estrellas más grande y lujoso de la isla. Pero, lo que hizo el viaje más que extraordinario, fue que papá se había jubilado de la FRAE, después de veintinueve años de servicio. Esa no fue la única razón, también estábamos celebrando que mamá, llevaba tres años libre de cáncer óseo en su pierna derecha, o en el resto de su cuerpo. Lo malo, era que durante esos tres años había recibido grandes cantidades de quimioterapia y radiación, que atrofiaron sus músculos, y le dieron una debilidad para hablar muy grande, cuando hablaba lo hacía de una manera muy baja, aun cuando estaba gritando, además, tenía que usar un bastón para caminar. Erika y yo, no éramos sus hijos biológicos, solo Dorian lo era, a pesar de esto, ambos la amábamos con todo nuestro corazón; a Erika le habían adoptado en chicago, a mí por otra parte, me adoptaron en Nueva york.

— ¿Ya estamos por aterrizar? —Preguntó mamá con la voz débil de siempre—, ya quiero llegar a casa.

—Igual yo —añadió Erika—, quiero llegar y ponerme un poco más de crema en las piernas, aun me duelen.

—Eso se debe a que no usaste bloqueador en la playa —comenté de una manera burlona.

Cuando llegamos a la playa por primera vez, Erika se preocupaba por no quemarse —aunque ella era de piel morena—, por haberse quedado dormida en una de las sillas, terminó con ambas piernas tan rojas como la cola de un camarón. Estuvo en cama los primeros cuatro días de nuestras tres semanas, debido al dolor que le provocaba moverse, y aún tenía algunas partes que seguían sensibles.

Esperanza en la oscuridad (En proceso de publicación)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant