3: Los atletas

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Jacob

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Jacob

El bull comenzó a moverse, era como un rinoceronte moviéndose lentamente antes de dar una carrera mortal, lo único que los diferenciaba, era que el rinoceronte no te despedazaba miembro por miembro, antes de devorarte. Las piernas no me respondían, tenía las órdenes para ellas, pero no las efectuaban, esta era mi debilidad... el miedo.

— ¡Jacob muévete! —gritó Dorian.

Mis piernas se desbloquearon en ese instante, y lo único en lo que pensaba, era en proteger los medicamentos y la comida; corrí al mismo tiempo que el bull, solo que, en vez de huir de él, corrí en su dirección, quería que me siguiera. Doblé a la derecha cuando el infectado estaba a tres metros de mí, entré en una tienda de ropa, que daba directamente a la plaza; estaba atravesando el segundo par de puertas, cuando el bull, atravesó el frente de la tienda rompiendo todo en su carrera. Seguí corriendo en la casi oscuridad de la plaza, ya que la única iluminación, provenía del sol que atravesaba el techo de cristal.

Las escaleras eléctricas estaban a diez metros, eran mi salvación, el infectado estaba por alcanzarme con esos brazos cubiertos de hueso. Subí varios escalones, antes de que el infectado se estrellase contra las escaleras, moviendo toda la estructura de estas, casi derribándome de espaldas. Sus dedos parecían estacas clavándose en el metal tratando de alcanzarme, seguí subiendo hasta que al llegar al segundo piso parte de las escaleras cayó, mientras yo me resbalaba cayendo contra las losas pulidas del suelo.

— ¡Aún no estas a salvo! —exclamé agitado, escuchando el rugido del monstruo que me perseguía hecho una furia.

Reanudé mi escape, corriendo por el pasillo derecho del segundo piso, sin voltear atrás; estaba aterrado, no tenía armas para defenderme, al haberlas dejado junto con la comida, una mala decisión. Intenté abrir las puertas de una tienda de fornituras, dentro solo podía ver muebles, floreros, y algunos cuadros; entre mi preocupación, pude sentir el temblar del suelo, era el infectado que trataba de subir.

— ¡Debo darme prisa!

Corrí un poco más, hasta que encontré una tienda deportiva abierta, era un milagro, pero lo sería aún más si esa cosa no me ubicaba; entré, solo para esconderme detrás de un cuadrado de madera, sobre el cual posaba un maniquí vestido como cazador, sujetando una ballesta de color azul rey.

— ¡Un arma! —dije al levantarme para tomarla.

La ballesta era liviana, estaba cargada, tenía un soporte con otras cuatro flechas y una correa de cuero. La sujeté contra mi pecho, intentando regular mi respiración lo más que pudiese; no podía calmarme, no en esta situación, no con ese infectado. Ya había visto su manera de matar antes, era horrible como desmembraban a las personas con una gran facilidad, entonces me imaginé siendo despedazado por este infectado, muerto, después de meses de sobrevivir lo mejor que se podía.

Observé a mí alrededor, había más maniquíes en pedestales cuadrados de color banco, vestidos como deportistas, más ropa, zapatos, equipo deportivo, protectores, un buen hallazgo antes de morir.

Esperanza en la oscuridad (En proceso de publicación)Where stories live. Discover now