7: El Inicio

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Jace

—Bien, estamos aquí —comenté al tratar de mover la puerta—. Ahora... ¿Cómo entramos?

—No lo sé niño —contestó Rassmusen con los brazos cruzados.

—Intentemos con otra puerta —sugirió Swatson—. Alguna de estas puertas debe de poder abrir...

El ruido de los vidrios cayendo al suelo nos estremeció. Tren se estaba reincorporando, luego de propinarle una patada a uno de los penales de vidrio, que causo su pérdida de equilibrio.

—¿Eres idiota o que te sucede? ¿Por qué mierdas rompiste pateaste eso? —Bramó Swatson.

—¿Qué...? No se abría —contestó Tren—. Deberían agradecerme. Esa maldita puerta no se abría.

—Ya deja de dar excusas —respondió Rassmusen—. Entremos de una vez.

Tren fue el primero en pasar, apenas y pudo por lo ancho de sus hombros y su altura. Luego Rassmusen, Swatson, y a lo último, yo. Los fragmentos de cristal tronaron con mis pisadas, pero eso no me distrajo de la espectacular vista del interior del local; aquel árbol que crecía entre las registradoras, era bañado una mezcla homogénea de luz solar, y artificial, dándole un ambiente de un lugar fantasioso, salido de una película.

Cómo si se tratase de un espectáculo, los cuatro, admiramos al árbol durante un par de segundos. Los demás avanzaron, pero yo me quedé observando un poco más, recordando mi cumpleaños número doce. Este árbol, me recordaba a aquellos que vi rodeados de musgo, y cubiertos parcialmente de nieve blanca, los cuales fui a ver con mis padres durante el invierno; era una obra de arte, hecha por un paisajista famoso, y aquel momento, era uno de los más felices que lograba recordar.

—Quisiera estar allí otra vez —susurré, sintiendo una profunda añoranza por mi padre—. Gracias por aquel regalo —repetí, al mismo tiempo que recordaba mis palabras.

—¡Oye!, niño —dijo Rassmusen llamando mi atención—. ¿Te vas a quedar parado ahí todo el día? —Preguntó—. Ven, toma un carrito.

Él, tiró con fuerza de uno de los carritos mientras me acercaba; logró sacarlo. Swatson y el grandulón hicieron lo mismo, el primero logró sacar un carrito, mientras que el otro, tiró con tanta fuerza, que un trozo del carrito quedo en sus manos. Algo en verdad hilarante.

—Esto sí que es genial —exclamó Tren con el tubo de aluminio en la mano—. ¡Maldita porquería!

Arrojó el cilindro metálico con fuerza y enojo, luego, se escuchó el gruñir de Rassmusen, entre un grito de dolor.

—¡Mira hacia donde arrojas las malditas cosas! —Gritó.

—¡Perdona hermano! No vi que estabas allá —contestó.

Tren intentó con otro carrito, solo que ahora, pudo sacarlo con facilidad, y en una sola pieza.

Luego de que tuviera con que cargar provisiones, caminé por los pasillos, buscando dulces, bebidas, y frituras; los demás seguramente se encargarían de recolectar comida enlatada y paquetes de conserva.

Con el carrito casi lleno después de unos minutos, escuché un ruido que provenía de la parte trasera de la tienda; fue un golpe, combinado con un fuerte ruido metálico.

—¿Qué fue eso? —Preguntó Tren desde otro lado del super mercado.

—¿Niño? ¿Swatson? ¿Fueron ustedes? —Preguntó Rassmusen.

—¡No! —Contesté en voz alta—. No dejé caer nada.

—¡Seguramente fue un infectado! —respondió, con el mismo volumen de voz— ¡Hay que buscarlo! —Sugirió.

—¡El ruido provino de la parte trasera! ¡Voy a echar un vistazo!

—Ten cuidado Jace —dijo Tren.

—No se preocupen —murmuré.

Tomé la calibre.45 de mi mochila, sintiendo el mango texturizado, estrujándolo con fuerza. La fuerte sensación de ansiedad al estar en estas situaciones volvía. Cada vez que debía deshacerme de un infectado pensaba en aquella noche, en toda la sangre que mi padre derramó, mientras yo solo temblaba de miedo. Todos los días me arrepiento de no haber hecho nada «a pesar de saber que era en vano», pensé.

El almacén se encontraba iluminado, y me alivió ver que Swatson era quien había producido aquel ruido. Cientos de partes metálicas se encontraban en el suelo, mientras el maldecía y golpeaba una caja de madera vacía, de la cual, salió el aparato que ahora estaba hecho pedazos.

—Nos causaste un susto tremendo —dije guardando el arma.

—Eso no me importa —contestó malhumorado—. Lo que me importa, es que la maldita procesadora de carne cayó al suelo y se hizo pedazos.

—¿Cómo pudiste dejar caer eso? —Pregunté—. No se ve muy pesado.

—Estaba demasiado alto. Y no encontré ninguna maldita escalera.

—¿Qué hay de aquella? —Apunté a una caja alargada, donde estaba la fotografía de una escalera pequeña, de no más de tres escalones.

Las risas comenzaron a apoderarse de nuevo de mí. El rostro de irritación de Swatson solo me provocaba una enorme necesidad de reír.


Esperanza en la oscuridad (En proceso de publicación)Where stories live. Discover now