14: Despertar (III)

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(...)

—Lamento haber reaccionado cómo lo hice —dije cortando el silencio que había en el elevador.

—No tienes por que disculparte, —contestó sin dejar su amabilidad de lado—. Te sorprendería la cantidad de veces que esto me ha sucedido.

—¿Cuánto tiempo tardara...?

—¿Uh...? —me observó confundida.

—¿La cura para el virus? Usted dijo que tardo quince años para la cura del cáncer.

—No lo sé. No tengo el mismo equipo de antes, varios colegas murieron en las horas críticas, pero sé que hallaré la forma.

El elevador se detuvo para que las puertas se abrieran automáticamente y pudiéramos bajar; el cambio de atmosfera me produjo en leve mareo. Sentí que todo se movía por un instante, y si no hubiese sido por la doctora me hubiese caído.

—Deberías adelantarte a la cafetería. Yo te alcanzaré allá, solo debo hacer unas cosas antes de poder ir.

Me quedé solo en el pasillo recobrando el equilibrio. Lo que no me puse a pensar fue en como orientarme en este enorme hospital, nunca había estado aquí y nunca he estado más que dos veces en toda mi vida en una sala de emergencias por accidentes graves, y las veces que visitábamos a mamá luego de sus quimioterapias.

Seguí los señalamientos pegados en las paredes hasta la sala de urgencias, reconocí el lugar donde me desmayé, y se encontraba tan limpio como si nunca hubiese habido sangre en el suelo.

No había casi nadie en el lugar, parecía un hospital fantasma de los que aparecen en películas de terror de bajo presupuesto.

—Solo espero que ningún monstro aparezca detrás de mí. Es lo único que falta —pensé al ir al pasillo que llevaba a la cafetería.

Se veía la cantidad de actividad que había en el interior, así como una gran cantidad de luz blanca que te hacía pensar que estabas en las entradas del paraíso.

Había música, de la clásica. Escuchaba violines, chelos, un piano, más no reconocía aquella hermosa melodía. Me sorprendí un poco de lo que vi al estar en la cafetería, esto era lo más parecido a la vida antes del brote de la infección; personas con sonrisas sentadas en aquellas sillas de plástico de colores, comiendo sobre mesas redondas de aluminio para cuatro personas.

Había una fila cerca de un bufet, una barra de ensaladas, y una mesa con postres y máquinas expendedoras. ¿Acaso esta gente pensaba que aún estaban en el mundo normal?, me resultaba demasiado extraño entender como no podían asimilar que ahí afuera se encontraba una ciudad llena de muertos danzantes, que con el mas mínimo ruido podían lanzarse contra ti para arrancarte la cara.

Un ladrido llamó mi atención al hacer un pequeño eco en el lugar. Que me hizo mirar el enorme colgante de herrería que había sobre nuestras cabezas, con un diseño post moderno donde estaban todas las lamparas de luz blanca que nos irradiaban.

De nuevo el ladrido, era el pequeño Carter ladrándole a Erika en busca de su atención. Ella estaba comiendo junto con mamá y Dorian, y el resto, a excepción del capitán.

Me acerqué a ellos notando felicidad y calma en sus rostros, tenía tiempo que a ninguno los había visto tan tranquilos en mucho tiempo, casi como si no tuvieran ninguna preocupación sobre sus hombros. Erika volteó a verme masticando un pedazo de lo que me parecía era pastel de carne. Se levantó sin ningún aviso y corrió para abrazarme; me apretujó con fuerza por debajo de las axilas.

—Nos diste el susto de la vida. —Dijo sin dejar de abrazarme.

—Yo también me asusté mucho. —Contesté al apreciar ese abrazo.

Esperanza en la oscuridad (En proceso de publicación)Where stories live. Discover now