7: Inicio (II)

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Érika

Las blusas de la tienda estaban empolvadas; algunas hasta estaba cubiertas por moho verde, creciendo en pequeños cúmulos hasta invadir toda la tela.

Entre mis manos extendía una blusa de Channel, en algún momento de mi vida usé una igual, no recordaba si fue durante una fiesta de la escuela, o, en mi cumpleaños. Me sorprendía cómo las banalidades, que antes adoraba, me resultaban una real tontería; lo que realmente importaba no era lo material, sino las personas con quienes los compartes.

—¿Qué piensas? —Preguntó Harley, acercándose para quitarme la blusa de las manos.

—Nada. Solamente pensaba en algo que esta blusa me hizo recordar.

—Deja esa tontería de blusa. Y Mira esta.

Al extenderla quedé maravillada. Esa blusa... Era idéntica a la que mi primer novio me había obsequiado en mi cumpleaños 16. Me daba tristeza pensar en lo que fue de él. También, me daba pavor pensar en encontrarlo en algún lugar, tambaleándose, sin alguna parte del cuerpo faltante, su piel pálida de venas engraciadas, y su hermosa sonrisa, manchada con la sangre de quien pudo haber sido su cena.

—¿A ustedes siempre les dan estos trabajos tan aburridos? —Preguntó Jeremmy, con una sonrisa—. Preferiría estar acompañando al amargado, al troglodita, y al quejumbroso.

—¿Te refieres a Rassmusen, Tren y Swatson? —Contestó Harley entre carcajadas.

—En efecto. Ellos tienen esas facultades tan molestas, que a veces uno no sabe si tirarles los dientes, o ignorarlos —levantó una caja del suelo llena de ropa nueva. Uso un despachador de cinta para sellarla.

—Al contrario de ellos tu eres muy optimista —comenté—. Siempre sonríes, hablas de manera positiva, y mantienes la calma. Además, eres muy simpático.

—Gracias. Es un halago muy grande que digas eso —repitió el proceso de sellado—. Al contrario de muchos de mis amigos, yo nunca veo el lado negro de las cosas. Trato de encontrar la mejor vista, mantengo la calma, y así no cometo estupideces.

Harley fue de nuevo a la segunda planta de la tienda, buscando más ropa linda, al igual que cómoda.

—Dime algo... ¿Swatson coqueteaba con muchas?

—Ya veo que trató de encantarte. Sí. Él es un mujeriego. Pero cómo te debiste de dar cuenta, no es ningún príncipe azul; por ello las que han salido con él lo dejan colgado.

Dejé salir una cuantas risillas. No me imagina cómo debieron haber sufrido con el aquellas mujeres; seguramente hubiesen preferido convertirse, en lugar de volver a verlo. Una sonrisa se quedó en mi rostro durante unos intentes, el breve momento de tristeza por aquel recuerdo de mi ex, había sido socavado por la visión de Swatson siendo cortado por docenas de parejas.

—¡Quítame tus sucias manos! —Bramó Harley desde el segundo piso. Se escuchó un forcejeó.

Ambos corrimos hacia las escaleras en espiral en su ayuda. Segundos después, el cuerpo sin vida del infectado cayó por el borde el pasamanos. Su cabeza impactó contra el suelo, sangre brotó, aunque todavía se movía. Iva a usar mi machete para encargarme, pero Jeremmy se me adelantó. Clavó en la sien izquierda del infectado, una navaja de mango negro, con la hoja serrada. El líquido negro comenzó a brotar, mezclándose con la sangre, formando una sustancia viscosa y repugnante, que solo apestaba.

—¿Estas bien? —Preguntó a Harley. Limpiaba la hoja en su pantalón.

—¡Por supuesto! —Contestó.

—¿Viste de dónde salió? —Pregunté con intriga, pues yo fui a primera en ir a la segunda planta, donde no encontré ningún bíter.

—¡Estaba detrás de un mostrador!

—¡Ten cuidado Harley! ¡Puede que haya más!

Le devolví la mirada a Jeremmy. No se le notaba preocupado. Al parecer, estaba seguro de la habilidad de Harley para defenderse. «Nunca podría compararme con ella», pensé.

Raquel

Cada estantería, cada gaveta, caja, y cajón, por todos lados buscaba las piezas correctas para aquel vehículo dañado. Las refacciones abundaban, pero no todas servirían para aquel modelo, algunas servirían como un parche a un neumático de bicicleta: un remedio temporal.

Una vieja obsesión regresaba a mí en aquel momento, coleccionar refacciones fue una vez un hobby que me llegó a costar miles de dólares, pero ahora, todo sería gratis. Era una lástima que tuviera que guardarlas solo para usarlas más tarde, y no para coleccionar.

Una caja vacía cayó de una repisa que moví sin querer, polvo fino de color gris cayó sobre mí, causando que estornudara.

—¿Estás bien? —preguntó Carlo.

—A ti que te importa —dije enfadada, por su atrevimiento a dirigirme la palabra—. Perdiste el privilegio de hablarme en Londres.

Cada vez que escuchaba su voz, miraba su rostro, o simplemente estar cerca de él, me provocaba una ansiedad tremenda; lo detestaba, quería golpearlo hasta dejarlo con la nariz rota, lo dientes en el suelo, y un ojo morado.

Recordar aquella tarde en Londres solo me ponía triste, y fúrica. Nunca tuve un peor desempeño, que, en aquel circuito de tiro con arco; un torneo, que me costó el pase a los juegos olímpicos, los cuales, se estarían realizando este año. De no haber sido por Carlo, yo habría quedado entre las ganadoras.

Carlo y yo, fuimos pareja durante casi cuatro años, y nunca pensé llegar a odiarlo tanto. Un día antes del torneo, él terminó conmigo. No escuché sus razones por más que intentó explicármelas, no las escuché.

—De acuerdo —contestó entre un bufido—. Estaré por aquí, buscando... Cualquier cosa.

El rodar de una lata de comida por el suelo me puso alerta. Cuando entré al lugar, no revisé si había infectados o no, solo quería terminar con esto de una vez. El cadáver andante, se tambaleó hacia mí, luego de doblar la esquina de una estantería. El infectado, estaba tan descompuesto, y destrozado, que partes de la piel se le cayeron al chocar contra las estanterías. Con enojo, y una llave de veinte centímetros en mis manos, arremetí contra la cabeza del bíter, tirándole la mandíbula de un buen golpe.

El infectado estaba en el suelo, tratando de levantare, mientras sus líquidos se derramaban en el suelo.

—¡Hoy no es tu día cabrón! —Lo golpeé con fuerza una docena de veces, hasta que todo su cráneo se hizo pedazos, y su cerebro, quedó reducido a una masa.

La sangre grumosa, y la melaza negra que soltaban manchó mis brazos, y parte de mi blusa, olía peor que al estiércol.

Me di la vuelta para dejar la llave sobre el mostrador, justo al lado de las refacciones. Carlo no estaba. No había señales de él dentro de la tienda, y la puerta estaba abierta.

—¿A dónde diablos te fuiste? —Murmuré.

Salté sobre el mostrador para no tener que darle la vuelta. A paso acelerado, salí de la refaccionaría, a fuera, tampoco había señales de Carlo, solo se podía observar el retén militar, con docenas de autos abandonados, y destrozados, así como las tiendas que fungían de centros de retención para aquellos que estaba infectados. El verde militar, comenzaba a ser opacado, por el verde de las hojas, y el musgo.

Caminé hasta el centro de la calle, tratando de ubicar el origen de un extraño ruido, podía tratarse de un infectado encerrado en algún lugar. A unos metros, junto a un vehículo de la policía, estaba Carlo, tirando de una lona azul algo desgarrada. Cuando la tela se rompió, dejó ver un tesoro escondido entre tanta chatarra inservible, algo, que solo hizo que una sonrisa se apoderase de mi rostro.

Esperanza en la oscuridad (En proceso de publicación)حيث تعيش القصص. اكتشف الآن