13: Único

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Jacob

Luego de cruzar casi toda la ciudad, siguiendo a los militares por una ruta totalmente despejada de bloqueos, autos y barreras, conducíamos en dirección a los muelles. Pensaba en su base, ¿era una vieja zona de cuarentena? ¿Estaban en algún buque? No tenían respuesta a estas preguntas, esta ciudad era un enigma total para nosotros que recién llegábamos.

—¿Alguien más cree que vamos directo a una trampa? —preguntó Raquel.

—No es una trampa —contestó el capitán.

—Yo no estoy muy segura de ello. En estos días ni en el ejército se puede confiar —recalcó Robbie.

—Yo digo que estamos con la mierda hasta el cuello, un poco más y nos ahogaremos —espetó Rassmusen.

—Gracias por tus analogías tan estúpidas Rassmusen —contestó Rachel.

—Es un placer primor.

Sentí de nuevo aquella molestia, y otro espasmo muscular me atacó. Parecía ser que la infección ya estaba empezando a mostrarse, solo era cuestión de tiempo.

Observé de reojo a mi madre por un segundo, luego a Érika por el espejo retrovisor, intentaba memorizar sus rostros antes de que me fuera.

Enfoqué mi atención a los lados, no había infectados en las cercanías, era muy raro, en todos lados había, aunque fuera un infectado, incluso cadáveres de ellos o piras con cuerpos chamuscados. No había nada de eso. Todo esto comenzaba a tornarse raro, hasta que arriba de nosotros había un letrero azul con una cruz roja, y la señalización de salidas y entradas.

—¿A dónde demonios nos están llevando? —dije intrigado.

Llegamos a una división de carriles entre unos edificios, se asemejaba a la entrada a una autopista o paso elevado. Los autos abandonados comenzaron a hacer presencia, al igual que unos pocos infectados desperdigados entre aquel laberinto de automóviles.

La velocidad a la que íbamos no era mayor a los 15 kilómetros por hora, todo esto era desesperante, no saber a dónde íbamos me ponía de mal humor, estresado, más que recordar que me habían mordido.

Más señalamientos aparecían, pero estos eran de evacuación e indicaban ir a una zona segura. Las torres de vigilancia abandonadas con potentes lámparas se encontraban abandonadas, plantas se enredaban entre los tubos que las sostenían, y las bombillas de las lámparas no estaban. Más y más señas de una zona segura comenzaron a aparecer lentamente, atravesamos lo que antes era un puesto de revisiones.

—¡Esto tiene que ser una broma! —dijo Rachel—. Este lugar es gigantesco.

—Nosotros no podemos ver nada —dijo Érika.

—Los demás vehículos bloquean la vista —añadió mamá.

Tomamos una curva hacia la izquierda, que pasaba entre el puesto de revisión, pero la altura del auto no nos permitía ver más que las partes superiores de un edificio de color blanco. Dejamos atrás aquel puesto, y la vista de lo que vimos nos dejó impresionados.

La enormidad del sitio era increíble, aquel edificio de paredes exteriores totalmente blancas media alrededor de unos veinte metros de altura, y abarcaba una extensa zona a lo largo del muelle; en medio de aquella monstruosidad había gigantescos paneles de vidrio que reflejaban la luz solar de vuelta al cielo. Un estacionamiento lateral se conectaba del lado derecho de este; Observé de izquierda a derecha, las otras construcciones se detenían a partir del puesto de revisión, y un inmenso arco de edificaciones rodeaba a este lugar, dándole un enorme espacio al frente del sitio, donde estaba lo que evidentemente había sido en su momento un campamento de refugiados.

Esperanza en la oscuridad (En proceso de publicación)Where stories live. Discover now