Sueño 5: Afueras de Houston (II)

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...

—Lo siento —contesté, bajando el arma lentamente—. Pensé...

—¿Qué era una de esas cosas? —comentó—, ¡pues no lo soy!

—Perdona, no quise compararte. Solo me asustaste. ¿Estamos bien?

—¿Bien? —se cruzó de brazos enojada—, no estoy bien. Es más... es todo lo contrario a bien —contestó subiendo el tono de su voz—. ¡No estoy bien, nada lo está! —gritó—. ¡Solo mira lo que ha pasado y dime si algo está bien!

—Por favor cálmate —dije, mirando a nuestro alrededor, temeroso de que más personas enfermas salieran de la nada.

—¡No más! ¡Ya me han dicho muchas veces que me calme; solo quiero gritar a los cuatro vientos! —hizo una breve pausa—, ¡desearía estar muerta cómo mi madre, que intentó arrancarme la cara en el hospital!

—¡Carly, por favor, haces demasiado Ruido! —exclamé.

—No —sollozó—, no me quiero callar. Quiero... quiero. Quiero que esas cosas, se mueran. ¡Vete al infierno Dr. Newman junto con tu maldito virus!

Carly, estaba fúrica. No entendía de razones, solo gritaba, maldecía y, y... me daba mucha lastima. Su padre salió de dentro de la tienda, tomando su hija de las manos para luego abrazarla, mientras ella solo rompía en un mar de llanto.

Ambos entraron, dirigiéndose hacia el lugar en donde dormiríamos por el resto de la noche. El ruido de una cortina metálica me exalta, estaban abriendo el taller para meter los vehículos.

—Ayúdame a mover los autos —dijo Dorian, arrojándome unas llaves, mientras pasaba sobre los vidrios rotos—. Espero que recuerdes cómo conducir.

—Claro. Eso es algo que nunca podría olvidar.

—Entonces sube a esa camioneta, enciéndela, y llévala adentro.

A pesar de que los enfermos podrían estar rondando por aquí cerca, dejé salir una sonrisa de alegría, por tener la oportunidad de conducir aquella belleza blindada. Una vez dentro, encendí el motor, que me trajo una sensación de júbilo, pero fue aún más satisfactorio, el haber podido conducir la camioneta por unos cuantos metros, dejándola a salvo dentro del taller.

Bajé del vehículo dejando las llaves puestas en el encendido, Dorian estaba entrando, mientras Horace esperaba junto a la corina, esperando para presionar el botón que la bajaría de nuevo. El ruido de esa corina me ponía los nervios crispados, no me gustaban los ruidos chirriantes, los detestaba totalmente.

—¿Ya está todo? —preguntó Horace al acercarse a papá.

—Sí. Eso creo —contestó—. No encontré más entradas que dos puertas y la cortina. Estaremos bien, mientras no durmamos más de la cuenta.

—El verdadero problema está en si podremos dormir. Todavía puedo sentir la mirada de aquellos enfermos, posándose sobre mí.

—Te entiendo a la perfección. Busca algo donde tu hija y las chicas puedan dormir, yo traeré unos catres que encontré.

Miraba al techo del lugar. No sentía ni la más mínima necesidad de dormir, ¿era por qué en la ciudad se comían unos a otros? ¿por la sangre qué vi? ¿por haber asesinado a alguien? No sabía nada, las respuestas a mis preguntas, no sabía los motivos de esas personas enfermas para cometer canibalismo, o... o...

—¿Qué fue eso? —murmuré al levantarme de golpe sentándome sobre la colchoneta en la que estaba acostado.

Un ruido metálico me había puesto alerta. Giré la cabeza hacia todas partes, tratando de ver su lugar de procedencia; papá se encontraba dormido dentro de la camioneta, mamá. Erika y la señora Cabot dormían cómodamente sobre los catres, y el resto nos encontrábamos en el suelo, durmiendo sobre unas colchonetas de color azul, improvisadas con lonas, espuma y cartón.

Esperanza en la oscuridad (En proceso de publicación)Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt