15: Wilders (II)

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Dos de los agentes se acercaron al hombre herido para ayudarlo a levantarse.

—Descuida amigo, tenemos algo para evitar que una bala entre en tu cráneo. Tenemos un supresor para el virus, ya nadie tiene que morir si lo toma diariamente.

—¿Es seguro que no me voy a transformar? —Preguntó el soldado con la mordida.

—Es cierto. —Comentó el líder—. ¿Cómo estamos seguro de que ese remedio funciona?, ni siquiera las amputaciones del miembro infectado funcionan.

—Jacob, ven aquí por favor —dijo el general sin apartar la mirada a aquellos hombres.

Sabía lo que tenía que hacer para que estos sujetos dejaran aquella desconfianza y se pusieran más relajados, tan solo en su lenguaje corporal se notaba que todavía estaban tensos, no dejaban las poses de alerta, o se movían un centímetro de su lugar.

Me acerqué pasando sobre un par de cadáveres, de entre los cuales uno de ellos estaba aún con su vida después de la muerte intacta, con sus piernas destrozadas por las balas de alto calibre, trató de tomarme de la pierna, pero una patada bien acertada en la sien le quitó el movimiento cuando la chapa de metal en mi calzado había roto su cráneo.

—Créanle cuando les dice que funcionará, —les enseñé la cicatriz de la mordida en mi hombro—. Fue hecha en parte con mi sangre. Como estás viendo, esto funciona. Hasta ahora hay unas ciento quince personas infectadas en nuestro refugio, y ninguna de ellas ha muerto.

—Con que eres tú, —dijo un hombre con ropa de civil y un chaleco anti balas al salir del interior del museo—. Tú eres él muchacho que mencionó la doctora. ¿Eres Jacob, cierto? Soy Edgar Wright, era profesor de bioingeniería y genética en Harvard. Y solo había conocido a alguien con tus mismas características, era una alumna, y sobre ella hice muchos de mis artículos.

Al hombre se quedaba viéndome con fascinación, su sonrisa me lo demostraba mientras veía su cabello canoso y las arrugas que comenzaban a hacerse presencia alrededor de las cuencas de sus ojos verdes.

—¿Solo es usted? —pregunté recordando que la doctora había dicho que era un equipo de científicos el que venía.

—No, pero los demás están adentro tan asustados que no quieren salir. Los hombres de ciencia a veces somos cobardes, solo que la curiosidad en mí es mucho más grande que la de ellos. —Extendió su mano—. Es un gusto jovencito.

Estreché su mano con una sonrisa, recordando que esto significaba un paso más en el camino hacia una posible cura para el virus Krueguer y para la supervivencia de la humanidad.

—Sabe general sus camiones serán de muy gran ayuda, podrán transporta todo el equipo, —comentó el líder de los agentes.

—No pensé que trajeran equipo de laboratorio

—No trajimos. —Interrumpió el profesor—, dentro del museo hay un enorme alijo de cajas con equipo médico, comida, ropa, incluso me pareció ver armas y refacciones para vehículos, hay demasiadas cosas ahí dentro.

—Eso no es posible, el museo y toda esta zona fueron evacuados durante las primeras horas del estado de excepción. Aquí no hubo centros de refugiados o... Puestos de avanzada.

—Pues hay cientos de cajas y demás cosas ahí dentro. Alguien debió ponerlas.

—¡Escuchen todos en veinte partimos! ¡Tenemos que ponernos manos a la obra! Al parecer hay suministros aquí.

(...)

—¿Estás seguro de que quieres avanzar más? —preguntó Jace sin moverse de su lugar, observando una vieja pintura manchada de musgo.

Esperanza en la oscuridad (En proceso de publicación)Where stories live. Discover now