La Vista

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La vida misma no era más que un escenario cubierto con una gran cortina, escondiendo grandes secretos, que cuando las personas lo veían como realmente era no podían hacer más que temer. ¿Cómo las personas podían vivir de aquella manera?

El asesino sabía perfectamente que aquello a lo que el mundo entero llamaba vida era una simple ilusión. La vida no era sólo respirar, no era amar, no era tener una hermosa familia. La vida es tiempo, es todos aquellos momentos en los que el asesino puede ser él mismo.

No se consideraba un asesino, ya que no mataba a las personas por el simple gusto de hacerlo. Pero tampoco lo hacía por un bien común, ya que lo que menos le importa era lo que el mundo entero sufría.

Un asesino era aquel individuo que arrebataba la vida de personas por el simple hecho de que le causa gozo. El asesino no se consideraba uno. No mataba porque lo deseara, aunque esa era una de las grandes mentiras que se decía cada vez que despertaba, pues hasta cierto punto el hecho de matar a alguien le causaba repulsión y placer.

El asesino arrebataba vidas porque era lo justo.

Lo que más hacía falta en aquel mundo asqueroso era la justicia y si el resto no estaba dispuesto a ser justo, entonces tendría que ser el ángel vengador que el mundo necesitaba.

La gente podía decir que era una justificación mediocre, pero si la mente estaba dispuesta a creer en ella, quién era para negarse a vivirla.

No mataba por gusto, de hecho, lo hacía por necesidad.

Era como tener una tormenta en el interior, de aquellas que no se calmaban, era tan sobrecogedor lo que sentía que daría lo que fuera para calmarla. Mancharía sus manos de sangre una vez más con tal de que el fuego no se lo tragara vivo. El dolor no era soportable, dolía tanto como la primera vez que mató.

Tenía que hacerlo.

Quería convencerse de que si hubiese otra opción la tomaría, pero nada había logrado calmar a la tormenta que habitaba en su interior desde que tenía doce años. Lo haría una vez más.

"Lo haré", pensó el asesino.

Una simple frase que se extendió por toda su mente, resonando como las campanas de una capilla a mediodía. Mentiría si dijera que justo en ese momento no sintió la excitación correr por su cuerpo, su corazón se aceleró y sus músculos se sintieron pesados. Sabía lo que vendría después y de tan solo en pensar en lo que haría lograba que sintiera que podría contra cualquier cosa.

Las imágenes de lo que podría ser desfilaron delante de sus ojos, sin embargo esta vez ya estaba escrito como es que tendría que hacer las cosas. Era tan solo cumplir con aquellas palabras que le daban esa oportunidad. No dejaría pasar lo escrito. Se tenía que hacer.

Tenía que hacer justicia.

Porque lo que el asesino haría era justicia. Daría a las chicas lo que se merecían y entonces la paz llenaría su cuerpo.

Una vez un asesino serial dijo que matar traía paz a su alma, si es que tenía alguna. De hecho encontró aquellas palabras muy verdadera, porque aquello que sintió la primera vez fue como iluminarse por completo.

Aun estando ahí, parado justo a la mitad del puente Hernando de Soto, observando el agua del río moverse con una increíble tranquilidad, sabía que su alma estaría en paz. Supo que nada evitaría que pudiera consumar su acto. No le importaba que le fueran a llamar asesino, muy bien sabía que no lo era.

Mientras pensaba, observando aún como el agua se movía, no podía evitar creer que la noche comprendía cuales eran sus crueles intenciones. Las luces del puente, que desde que había sido construido en 1973, permanecían prendidas todas las noches, al menos hasta ese día. Por alguna razón las luces del puente no habían sido prendidas aquella noche, solo bastó con un simple corte en el cable correcto y una simple gota de agua, para que el cable que suministraba electricidad al gran puente dejará de servir. Ahora todo era oscuridad. Una oscuridad inmensa que parecía tragarse a los carros que en ella entraban. Lo único que se veía eran las luces titilantes de los automóviles que pasaban a más de setenta kilómetros por hora detrás de su persona. Estaba seguro el asesino de que ninguna persona había reparado en que una sombra vestida por completo de negro estaba inclinada sobre la barandilla oxidada observando el rio Mississippi.

Era invisible para los demás y eso era bueno, en el mundo en que vivía era mejor ser invisible. Al menos que quisiera que la gente viera quien era realmente el anonimato siempre era bueno.

"Siempre ha sido así"

Por eso sabía que las muertes de sus víctimas se harían de manera perfecta. En especial la primera.

Marie Victoriano no sabía lo que le esperaba.

Ella era tan hermosa, era una lástima que su muerte hubiese caído en las manos de alguien como el asesino. De hecho la chica le había dejado el camino muy fácil, su rutina día a día era siempre la misma, así que no habría muchas complicaciones. La única complicación del asesinato sería el hecho de que no podría evitar que Marie sufriera o de que muchas personas vieran su cuerpo destrozado.

Los instrumentos estaban listos desde hace una semana cuando se decidió que la primera sería ella. Una de las razones por las que ella fue la elegida fue porque la muerte en un puente siempre fue su fantasía y no la pudo cumplir hasta entonces. Tan sólo faltaban tres días para que el momento llegará. Su corazón golpeaba en su pecho por la excitación. Ya quería que fuera el día.

"Pronto nos veremos cara a cara" , pensó mientras observaba el pedazo de papel que descansaba en su mano izquierda. Era una foto de Marie. En ella la chica posaba sonriente junto a una morena.

Levantó su rostro una última vez al cielo, estaba nublado, justo como le gustaba.

Dobló la foto y la metió en el bolsillo de su pantalón.

"Te encantará la vista, Marie"

Con una sonrisa pintada en su rostro el asesino dio media vuelta y desapareció en la oscuridad del puente.


CARTAS DE UN ASESINODonde viven las historias. Descúbrelo ahora