Helena

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Alejandra se consideraba una chica muy trabajadora y especialmente responsable, toda su vida fue así, todos los días salía a la misma hora de su trabajo, ningún minuto antes, ningún minuto después, siempre a la misma hora. Aunque quisiera evitarlo vivía en una monotonía que llegaba a ser molesta. Ya que no era una persona que aceptara los cambios en su rutina, de hecho los odiaba, sentía que todo se salía de control sino se hacían las cosas tal y como estaban planeadas.

Aquel día era uno de esos en los que no sentía el control de su vida. De hecho aquel día no era para nada bueno, estaba segura que era el día de mala suerte del que todos hablaban. De seguro era jueves 13, no lo sabía, su teléfono no había querido prender aquella mañana. Fue ahí donde empezó su día de mala suerte, la alarma no sonó, ¿por qué?, porque su celular en medio de la noche dejó de servir.

Era como si todo lo malo que hizo en su vida se le estuviera regresando, supo que no debió mentirle a aquel señor extraño sobre que no había tornillos. El hecho de que el hombre pareciera un violador no significaba que lo fuera.

Obviamente llegó tarde a su trabajo. Ella trabajaba en una ferretería en el centro de Memphis, al norte del puente, y donde ella vivía estaba considerablemente lejos de su trabajo, por ello siempre salía una hora antes.

Su jefa, que de por sí era una mujer déspota, se había enojado, tanto que le había gritado en cuanto le vio entrar al local. Tuvo que aguantar sus insultos, necesitaba el dinero. Pero eso no fue todo, de hecho, el día solo empeoró, porque al final de su jornada de trabajo faltaba mercancía en los estantes del frente. De seguro el par de jóvenes que entró a eso de las cinco de la tarde se los había robado, debió saberlo, esa pinta que traían no era por nada. Su jefa se lo descontó de su salario. Ahora sólo podía pensar en cómo pagaría su renta. Luego, por haber estado peleando con su jefa, salió tarde, perdió el camión, y para su muy mala suerte los camiones que iban por la interestatal hacia el sur dejaron de pasar.

Tuvo que caminar, no le quedó de otra, ya que si gastaba en un taxi se quedaría sin comida por lo que quedaba de la semana. Y prefería mil veces caminar a no comer, la comida era sagrada para ella.

Caminó por más de dos horas, llegó la media noche, e incluso dieron la una de la madrugada. Lo bueno que la próxima semana su turno cambiaría.

El edificio en donde vivía no era un buen lugar, de hecho era de dudosa reputación, sin embargo era lo único que se podía permitir. Algún día viviría en un mejor lugar y el dinero jamás le faltaría. Solo faltaba poco para que ese día llegara. Mientras caminaba se preguntaba si llegaría el día en que se sintiera realmente satisfecha con lo que hacía. Si llegaría el día en que todo tendría sentido.

Llegó a su edificio, el ascensor se descompuso días atrás por lo cual tenía que tomar las escaleras, aunque estaba feliz de hacerlo, pues cada vez que se subía en él sentía que sería su ultimo día. Era sólo de cuatro pisos, no debía de ser problema, pero se sentía demasiado cansada, a veces odiaba su vida. A veces la vida era mala con ella.

Llegó hasta la puerta de su apartamento, buscó entre todas sus cosas las llaves, pero esto era imposible. ¿Dónde las había dejado?

Entre un par de papeles y una blusa estaba el llavero, lo sacó y entre las tres llaves que tenía el racimo, la más pequeña, estaba la de la puerta. La llave encajó perfectamente en la cerradura, el clik de la traba sonó, pero al mismo tiempo se escuchó un gran estruendo, como un trueno que resonó por todo el pasillo vacío.

Disparos, eso fue lo primero que pasó por su cabeza, su padre siempre le había dicho que en cuanto escuchara disparos se agachara, así que inconscientemente cayó de rodillas y puso sus manos sobre su cabeza. Su cuerpo no olvidaba aquellos días. Unos segundos después, todo en silencio, hizo lo que jamás había hecho, sacó su celular de la bolsa, olvidando que este no servía, pero como si de un milagro se tratara su celular prendió cuanto apretó las teclas, se quedó inmóvil por un momento. ¿Ahora si servía ese adefesio?

CARTAS DE UN ASESINOWhere stories live. Discover now