Maia

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La audiencia había durado casi quince horas, desde la mañana hasta casi las diez de la noche, Maia estaba muy agotada, no físicamente, sino que emocionalmente no estaba lista para todo lo que había pasado en el juicio, su mente estaba agradecida de que al fin todo terminara, no solo la audiencia, sino que al fin podía sentirse tranquila y hasta cierto punto abrazaba su libertad, pero todo era una gran mentira que dentro de poco se derrumbaría.

Su tranquilidad era efímera, porque en cuanto saliera al mundo real todos la atacarían y sabía que tendría el estigma de haber sido sospechosa de aquellos asesinatos, algo que la perseguiría por un largo tiempo, porque era lo suficientemente inteligente como para saber que muchos de los que estuvieron presentes en la audiencia la creían la asesina a pesar de que se había presentado un video en donde se notaba que ella no hacía nada, esas personas que al escuchar la sentencia se habían exaltado y la habían acusado en voz alta de ser un monstruo. Su felicidad se vio eclipsada tras los comentarios de las personas, murmuraban a sus espaldas como si ella no estuviera presente, susurraban que el juez se había vendido e incluso acusaban de ser falsas las pruebas que la defensa había presentado.

Ella tenía el derecho de ser defendida y eso es lo que Ernesto había hecho.

Sentencia absolutoria.

Maia era libre.

En cuanto aquellas palabras salieron del juez, Maia sintió gran alivio, porque ya podría irse a casa; permaneció quieta en su lugar, como si esperara que le dijeran que era una broma y que tendría que quedarse por un par de días más, a su lado Ernesto permanecía con un rostro en blanco, pero por dentro sonreía con suficiencia, era el resultado que esperaba.

La madre de Maia casi saltaba el espacio que las separaba, sonreía y lloraba, si en algún momento tuvo duda sobre la inocencia de su hija, en ese momento dejaba de existir; muy por detrás de ellos estaba Alan Victoriano, que observaba con el ceño fruncido todo lo que ocurría, al principio no había querido ir, pero Catalina lo había convencido, aunque no estaba muy seguro de qué hacía ahí, pero algo en él quería correr a lado de su esposa y abrazarla. El juicio le había dado una nueva perspectiva.

Los familiares de las víctimas no estaban muy complacidos, por no decir que la conmoción los había embargado, para ellos todo estaba mal, querían que alguien pagara por lo que les había ocurrido a sus hijas, incluso Maia quería que quien los hubiera cometido pagara por lo que la había hecho pasar.

Al principio la situación le había nublado el juicio, no fue capaz de notar lo que estaba implícito en toda la situación, ahora, con la mente más despejada, podía ver con claridad. Alguien había intentado inculparla y de una forma casi perfecta, pero entonces, ¿y si todo eso había estado preparado para ocurrir de esa manera?

El cuchillo con el que mataron a Helena era suyo, las notas en los cuerpos eran aquellas cartas que ella le había escrito a su hermano, a excepción de una; las huellas eran suyas, todo apuntaba a ella y eso la hacía pensar que él asesino la conocía.

Ella conocía al asesino, era obvio que era alguien cercano a ella. ¿Pero quién era?

Durante todo su camino a casa estuvo pensado en eso, pensando quién podría saber de las cartas, porque era algo que nunca le comentó a nadie, ni siquiera a su psicóloga, mucho menos su madre conocía de ellas, debía ser alguien que estuviera muy cerca de su computadora, algún compañero tal vez.

-Espero que ya te sientas mejor, cariño.- dijo su madre desde el asiento de copiloto, Ernesto iba a su lado conduciendo concentrado en su camino, él se había ofrecido a llevarlas hasta su casa.

CARTAS DE UN ASESINOHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin