Marie

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Día tras día Marie Victoriano realizaba la misma rutina, su vida era una simple monotonía. No es como si el asesino pudiera culparla, su vida era igual, al menos hasta hace dos meses cuando su rutina se rompió. Ya no tenía porque pasar horas pensando en cómo satisfacer aquella llama que había en su pecho. Hasta ese momento no se había dado de cuenta de que aunque el dolor no se sentía mucho, permanecía siempre sonando. Como las manecillas de un reloj y su tic tac, así, tan silenciosas estaban que no se sabe la magnitud de lo que se desatará cuando la primera gota de sangre se derrame por sus brazos.

"Justo como la última vez"

Así sería la paz que sentiría. Así será como se derramará la sangre de Marie.

Una vez más el asesino se preparó para salir de su casa. Se levantó de su cama con el silencio rodeando el lugar en donde vivía desde hace meses, pero ni siquiera la soledad que pudiera sentir podía quitar el sentimiento de anticipación que corría por su cuerpo. Podía jurar que era como un león a punto de saltar sobre su presa, con estrategia y con sigilo sabía que lograría atrapar al pequeño ciervo.

Fue imposible que no se le formará una sonrisa en el rostro al imaginarse a un tierno ciervo, en un pastizal, siendo cazado por un enorme león hambriento, tomado entre sus garras y con la sangre saliendo entre sus colmillos. No había animal más perfecto para representarlo que ese; un animal tan salvaje como el león tenía que representar un alma salvaje como la suya.

Su rostro se reflejó en el espejo de su baño, aún con la sonrisa marcada en su rostro, su piel era tan simple que nadie se fijaría en su persona.

"Es hora"

El reloj de su sala marcaba las ocho en punto de la mañana. Tomando sus llaves y su abrigo negro, salió de su apartamento.

Las escaleras, de una madera oscura y podrida con el tiempo, crujían bajo su peso. El chirrido del hundimiento de la madera se escuchaba por todo el piso, si querías pasar desapercibido aquel sonido no te lo permitía.

Se permitió permanecer de pie delante de la puerta de salida, el sol se colaba por el cristal.

Se sentía con vida, se sentía bien.

"Ojala así me sintiera siempre, sería increíble"

Salió del lugar y con un caminar despacio, sin preocupaciones, se dirigió a la estación de autobuses.

-El día es perfecto.

"Para un asesinato"

La estación de autobuses estaba a tan solo dos cuadras de donde vivía, no fue mucho lo que pasó cuando se encontró a la espera del camión 27, que lo llevaría a su pequeño ciervo.

Posiblemente las personas que estaban ahí, a la espera de un camión, sabían su secreto. Tal vez presentían que detrás de aquella imagen de persona buena se escondía la peor pesadilla que ellos se pudieran imaginar. O tal vez lo que había llamado la atención de aquellas cinco personas era la sonrisa extraña, que el que sería conocido como asesino dentro de unos meses tenía pintada en su rostro y que permanecía en él a pesar de que no hubiera motivo para tenerla.

Incluso el pequeño infante que estaba sentado con su madre, una mujer de cabello rubio de no más de cuarenta años, le había observado con gran curiosidad, hasta le había sonreído con inocencia.

"Pobre niño", no pudo evitar pensar, ni regresarle la sonrisa que el pequeño de cabello rubio le regalaba. Estaba un tanto feliz y la emoción que sentía en su pecho no la podía ocultar. Cuando su camión llego subió apresuradamente, no sin antes revolverle los cabellos rubios al niño y giñarle un ojo.

CARTAS DE UN ASESINOOnde as histórias ganham vida. Descobre agora