Verdad

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Las calles de Memphis estaban completamente vacías a las 5 de la madrugada, era la hora preferida de Héctor para salir a correr y hacer ejercicio.

Su respiración agitada se escuchaba como un leve ulular en el aire, nada más que él, porque en el lugar no había nadie más, la mayoría de las personas de su área no salían a correr sino que preferían encerrarse en un gimnasio.

La densa neblina de la ciudad no permitía que viera más allá de 2 metros, no es que fuera algo preocupante, ya estaba acostumbrado a aquel clima, siempre era así a principios del año. Conocía el camino tan bien como se conocía a él mismo, había vivido en esa parte de la ciudad por más de cinco años así que para su excelente memoria no era problema recordad hasta el más mínimo detalle de su recorrido. Para cuando había dado su tercera vuelta al recorrido la neblina ya había casi desaparecido. Era hora de volver a casa.

Su cuerpo estaba listo para darse un baño con agua fría, la necesitaba, pues a pesar de haber estado haciendo ejercicio por más de una hora aún sentía la tensión por toda la espalda.

No había podido dejar de estar tenso desde el domingo que había recibido una llamada de la estación de policía. A pesar de que había aparentado tranquilidad durante la llamada, el nerviosismo de su interior le advertía de que era algo realmente malo, sin embargo el policía no le dijo cuál era la razón de porque lo querían en la estación el lunes a medio día.

Estaba seguro de no haber hecho nada que pusiera la atención de la policía sobre él.

Deseaba saber porque la policía quería hablar con él. Sólo sabía que tenía que hablar con un tal Fuentes, él lo estaría esperando antes de las doce del día. Hubiera preferido ir antes para poder quitarse la tensión de encima, pero tenía que dar clases y no podía faltar solo porque sí, ya tenía demasiadas faltas y lo que menos quería era que todos los ojos de los profesores estuvieran sobre él.

-Buenos días, Héctor.- dijo una voz de mujer mientras este subía por las escaleras. La mujer venía bajando en su dirección, era Martha, que vivía en el departamento continuo al suyo. Héctor le sonrió abiertamente.

-Buenos días, Martha. ¿Tan temprano al trabajo?

-Sí, ya sabes, una que no tiene marido tiene que trabajar.- respondió la mujer con una sonrisa coqueta. Martha no era fea, ni mucho menos vieja, era extremadamente sexy. Cualquier hombre con dos ojos lo podía notar.

-¿Quién necesita marido?- le dijo con una sonrisa de lado.

-Bueno, yo quiero uno.- dijo la mujer risueña.- Necesito acción.

La mujer se acercó a tocar del brazo a Héctor de una forma descuidada, como quien no quiere la cosa.

-No es necesario un marido para eso.- fue la respuesta de Héctor, él apretó levemente la mano de la mujer sobre su brazo.

Era muy obvio que estaban enfrascado en algún tipo de juego extraño. Ella siempre había querido algo con él, pero tenía que conformarse con esos momentos de tensión entre ellos. Él por su parte solo le gustaba jugar a lo que sea que se daba.

-Tal vez deberías decirle eso a tu prometida.

Y con ese comentario fue como si se rompiera la magia. Héctor le dio una última mirada a la mujer que bajaba las escaleras moviendo las caderas en un vaivén exagerado. Sin poder evitarlo dejó salir una risa.

Cuando entró en su departamento notó silencio. Sin hacer ruido se dirigió al baño, en donde se desvistió y entro a bañarse.

Su primera clase iniciaba hasta las 9 de la mañana, pero iría antes a la escuela para poder calificar los exámenes, no había tenido tiempo durante el fin de semana.

CARTAS DE UN ASESINOWhere stories live. Discover now