Muerte

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Para cuando Andrea llegó a su casa la noche ya había avanzado demasiado. El reloj de su sala marcaba las 11:30 de la noche. No comprendía como era que el día se había ido tan rápido. Había salido de la oficina con la idea de que apenas eran las 8 de la noche, pero para su sorpresa pasaban de las 10 y para cuando llegó a su casa ya casi era media noche.

Solo quería descansar y olvidarse del pésimo día que tuvo. Esa misma tarde había tenido una discusión con una de las camaristas, ya que uno de los huéspedes se había quejado de su mala actitud, y para su desgracia el problema llegó hasta ella, que no tenía nada que ver en esa área. La discusión había llegado a tal punto que los gritos se escucharon por toda su sección, la mujer la sacó de sus casillas. Se sentía irritada y enojada, se merecía un baño caliente de por lo menos una hora para compensar todo el estrés que sentía en ese momento.

La casa se encontraba en completo silencio. El aire se sentía extraño, era como esos momentos en las películas de terror en donde se acercaba algo malo.

¿Dónde estaba su hija?

Lo más seguro es que estuviera durmiendo.

"Mi ángel"

Su hija era su todo, sin ella no hubiera salido a delante cuando su novio la había dejado. La amaba y por ella era capaz de cualquier cosa.

Pensando que su hija estaría durmiendo subió a su habitación, pero al abrir la puerta de la recamara de Olivia se dio de cuenta de que no estaba en su cama. Revisó el baño y tampoco estaba ahí, decidió que posiblemente estuviera en la habitación de ella, pero no estaba. De hecho Olivia no estaba en ninguna parte de la planta alta de la casa. Tuvo que regresar a la planta baja para encontrar a Olivia.

La sala estaba en completo silencio, no parecía que hubiera estado alguien allí en todo el día. Estaba a punto de darse media vuelta cuando se percató que el manojo de llaves de Olivia estaba tirado en el suelo.

Ella estaba en casa, nunca salía sin sus llaves. Las tomó entre sus manos y siguió buscando a su hija.

No estaba en la cocina.

No estaba en el cuarto que ambientó como oficina.

Entonces se dirigió a la parte trasera de la casa en donde había un gran árbol, que aunque no daba frutos sí daba una hermosa sombra por las tardes y refrescaba las noches. Lo más seguro es que ahí estuviera, a su hija le encantaba pasar las tardes tomando la sombra bajo el árbol. Además no había nadie que las molestará, nadie que las viera, por lo cual su tarde en el árbol siempre era tranquila.

No estaba preparada para lo que vio a continuación.

Su corazón se saltó dos latidos, las llaves se suspendieron en el aire antes de caer al suelo y dar paso a un grito horrorizado desde lo más hondo de su alma.

Su hija... Su ángel.

Ahora no era más que un ángel marcado por su gran caída del cielo.

Olivia estaba a medio camino del gran árbol, su cuerpo desnudo brillaba por la sangre que se desbordaba por los cortes causados por el asesino, sus ojos en blanco completamente abiertos la miraban exclamando el dolor que había sufrido. Su boca estaba abierta, como si se hubiera congelado en un grito de terror, de la boca salía una sustancia negra que se desparramaba sobre su cuello y pechos.

Andrea no podía quitar la mirada de su hija, aun cuando la escena le causaba la más horrible sensación que alguna vez hubiese sentido en su vida.

-No. No. No

No podía creer lo que estaba viendo. Se había vuelto loca, era la única explicación. Estaba alucinando. Olivia no podía estar muerta, no podía ser aquel cuerpo destrozado.

CARTAS DE UN ASESINODonde viven las historias. Descúbrelo ahora