Ser

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El hombre es un ser sociable, es su naturaleza. El hombre no sirve para estar solo. La mayor debilidad que el hombre puede tener es esa, su decadencia, su miseria es la que provoca que el hombre busque de las demás personas para no sentirse insuficiente. ¿Quién pues es verdaderamente feliz en este mundo?

Cómo las personas podrían llegar a ser felices si el mundo entero les gritaba que no debían de estar solos.

¿Por qué las personas no podían ser felices en soledad?

Un ser verdaderamente feliz es un ser solitario. Para algunos no había mayor placer que permanecer en soledad, que ser independiente de toda atadura hacia la humanidad. Solo las personas en decadencia necesitaban eso. Por eso el asesino no necesitaba de las demás personas, él sabía muy bien que no estaba en decadencia, pues eso que sentía no era signo alguno de decadencia o miseria. Nadie podía elegir lo que sentía, nadie pudo saber que el asesino nacería así.

Algunas personas eran ideales para estar solos, pero el mundo les hacía creer que sin compañía, sin socializar, se volverían locos. ¿Qué no todos de alguna manera ya estaban dementes?

La mentira más grande creada por el hombre era la lucidez que creían tener.

Un asesino no era peor que aquellos que bajo las órdenes de alguien más asesinaban porque creían tener una razón buena. No era peor que aquellos líderes que creían que el fin justificaba los medios.

Para el asesino la justicia era el único camino para alcanzar el buen fin. Dar a cada quien lo que le toca, ese era el lema principal.

Una de las cosas que más amaba el asesino era el silencio, la soledad que toda su vida le había acompañado cuando nadie podía entender como se sentía. Vivir siendo parte de las demás personas nunca funciono realmente, no lo hizo por culpa de aquel fuego que quemaba en su interior. Era de aquellos que no sabían vivir en sociedad. Sin embargo sabía y tenía la necesidad de aparentar muy bien, tanto que incluso el asesino podía llegar a creérselo. Pero siempre algo se lo recordaría. Nunca sería como ellos, jamás sería tan injusto como ellos. Jamás se sentiría como ellos.

Últimamente había tenido que guardar las apariencias, tenía que aparentar lo que no era. Las personas que lo rodeaban solo podían ver una gran mentira creada años atrás. Esa gran mentira seguiría viva por el resto de su vida, porque muy bien conocía las consecuencias de sus actos o al menos aquellas que el hombre consideraba que se debían hacer.

No le convenía mostrar lo que era en realidad, la gente no comprendería. Jamás lo haría.

Cuando vio por primera vez la noticia de la muerte de Marie se sintió levemente enfermo. La forma en la que hablaron, las palabas que utilizaron. Le llamaron monstruo, eso no le había gustado en lo absoluto.

El asesino no era uno. Ni siquiera había hecho algo lo suficientemente perturbador como para que le llamaran monstruo. Incluso podía decir que había tenido piedad con las mujeres.

Bien sabía que había deseado hacerles mucho daño, había deseado hacerles cosas que jamás habían cruzado por su mente. Había querido tortúralas hasta que gritaran piedad, hasta que desearan no haber nacido. Porque el daño que les había hecho no era nada comprado con el que otros asesinos habían hecho con sus víctimas.

El deseo de hacer daño se encontraba en su interior, luchando por salir, pero no lo permitía porque entonces ya no sería justicia, sería no más que una acción para satisfacer un placer oculto.

La policía no podía culparlo, ni decir que se habían cometido feminicidios, cuando era muy obvio que fue en extremo cuidadoso con Marie y Olivia, había cuidado de que no hubiera signos de violencia que pudieran hacerles creer que las mataba por su género, las únicas marcas de violencia que encontrarían eran aquellas que las mataron y que avisaban quien las asesinó.

CARTAS DE UN ASESINODonde viven las historias. Descúbrelo ahora