Día 1, semana 1.

6K 674 49
                                    

     Vi blanco. Era tan cegador que por un momento pensé que estaba en el cielo. Pero un olor a alcohol y desinfectante me dijo que no. Y una pregunta me vino como flash a la mente:

     «¿En el paraíso limpian?».

     Una terrible jaqueca me golpeó, haciéndome gemir del dolor.

     «Eso me pasa por insultar a Diosito con mis pensamientos» me dije.

     Intenté llevar mis manos a la cabeza para hacer que parara, y digo "intenté" porque pareciera que tenía plomo en el cuerpo. Mis extremidades se sentían tan pesadas, que mis movimientos eran torpes como los de un recién nacido aprendiendo a manejar su organismo.

     —El paciente está despertando —una voz femenina dijo cerca de mí.

     Luego de eso escuché movimiento a mi alrededor. Un apretón en la mano fue lo que me incitó a volver abrir los ojos. Un chico con el cabello teñido de un verde oscuro, como el verde militar, sostenía mi mano entre las suyas, sus ojos castaños, y que aun a pesar de que parecían cansados por las ojeras que los rodeaban, me miraban fijamente con un brillo vivaz.

     —Gracias —con un suspiro tembloroso y lleno de alivio, habló el dueño de aquella mirada—, estaba muy preocupado por cuando ibas a despertar.

     «Hum...».

     Me sentí tan desorientado y perdido ante lo dicho por el chico. Abrí la boca para hablar, pero la voz femenina de antes habló:

     —Avisaré al médico que ha despertado.

     Mi atención fue robada y me giré hacia la voz, encontrándome con una enfermera anotando algo con rapidez.

     Miré de nuevo al chico que sostenía mi mano como si temiera a que me fuera a algún lado y la angustia me embriago. No le reconocía. Observé con más atención alrededor, y sabía que estaba en la camilla de un hospital, pero me dieron nauseas porque no tenía idea de que hacia ahí. Mi mente no estaba funcionando bien.

     «Espera» fue lo que pensé cuando vi a la enfermera salir de la habitación.

     Quise hablarle para detenerla y preguntar por lo que sucedía, pero no logré emitir palabra alguna, sólo un extraño sonido ahogado.

     «¿Q-Qué fue eso?» mi respiración se detuvo.

     —Eh, tranquilo. Estoy aquí, me tienes aquí. Estoy aquí —repetía el chico peliverde.

     E hizo el intento de querer depositar un beso en el dorso de mi mano en su intento de tranquilizarme, pero la aleje antes de que pudiera hacerlo.

     Su entrecejo se arrugó.

     «¿Quién eres?» intenté preguntar, pero sólo salieron raros sonidos de mi boca.

     La mirada del chico se tiñó de preocupación y posó una mano sobre mis piernas que eran cubiertas por una delgada sabana. Por reflejo quise alejarme y fue ahí donde me di cuenta que no podía mover las piernas. Me quede petrificado.

     «¿P-Pero... por qué no puedo mover mis piernas?».

     Una oleada de pánico me recorrió el cuerpo.

     «¿Qué les sucede a mis piernas?» deseé preguntar, pero de nuevo un gemido lastimero salió de mi boca.

     «¿Por qué no puedo hablar?» y las náuseas volvieron.

     —Todo está bien, me tienes aquí —el desconocido, intentó de nuevo acercarse y esta vez, entre mi perturbación, consiguió abrazarme.

     No. Nada estaba bien. No podía hablar y mis piernas no respondían. Estaba tan confundido, asustado. No entendía nada.

     Ansié de nuevo con hablar, pero no. Sonidos estrangulados era los únicos que salían de mi garganta.

     «¿¡Qué está ocurriendo!?» me zarandeé entre los brazos del chico, creando que éste me soltara y se alejara. «¡Mis piernas! ¡no siento mis piernas!» quise gritarle cuando nuestras miradas se toparon.

     Sus ojos se pintaron de consternación y mis ojos se humedecieron, de miedo, por frustración, de confusión. Todo junto.

     —¿Tae?

     «¿Tae? ¿así... es como me llamo?» gemí aterrorizado.

     Sentía mi cuerpo temblar. No recordaba nada.

     El chico intento tomar mi mano, pero la alejé por segunda vez, ocasionando a que él parpadeara y que, sus ojos que en un principio centelleaban, se opacaran.

     —¿Tae? —preguntó en voz baja, con temor en cada palabra—. ¿No... me recuerdas?

     Miré el rostro del chico, desde sus esponjados labios, sus castañas cejas, sus ojos pequeños ahora afligidos y sus cabellos despeinados. El dolor de cabeza sólo aumento.

     «Joder» no lo recordaba de nada.

     Con lentitud negué con la cabeza y él dio una gran exhalada de aire que me pareció dolorosa.

     Paso sus manos por su rostro y asintió, perdido en sus pensamientos. Parpadeó consecutivas veces mirando al techo, no queriendo que sus lágrimas salieran a flote, antes de poner su mirada en mí.

     —El médico dijo que esto era probable que pasará —comentó y por su manzana de adán supe que trago con dificultad antes de agregar—. Yo... soy tu novio.

     Creo que a mi cerebro le salieron pies, porque todo indague que tenia se redujo a: «Mi... ¿¡Qué!?».

¿No me recuerdas? || VharemWhere stories live. Discover now