Día 6, semana 1.

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     Gracias a la enfermera que cuidaba a las flores, estas aún no se marchitaban. Acostado en mi camilla, estiré mi brazo con intención de tocarlas, pero a mitad del camino me detuve.

     Se podía escuchar el sonido de la televisión de fondo, pero mi atención estaba lejos de ella, sumida en mis pensamientos.

     Era el segundo día desde que Jin había dado la noticia de que soy mudo. Y la verdad, creo que mi subconsciente ya lo sabía porque, es cierto que la idea me entristeció un poco... saber que no podrás hablar es... simplemente no hay palabra para describirlo. Pero a lo que quería llegar es que yo no estaba enojado ni deprimido. No sentía ningún vacío. Se podría decir que lo estaba tomando bien. Aunque quizás se deba a Seokjin.

     —¿Me gustaba mi trabajo? —fue la primera pregunta del día.

     —Por supuesto —asintió el peliverde—, realmente eras un apasionado con ello.

     Entre entusiasmado y curioso, le sonreí. —¿De que trabajaba?

     —Eras escritor.

     —¿De verdad?

     No me imaginaba como escritor. Aunque en realidad tampoco es que me imaginara como otra cosa.

     —¿De qué escribía?

     Y de pronto, el rostro de Seokjin se volvió tan rojo como un jitomate.

     «Mm... ¿Por qué se sonroja?».

     Después de carraspear, dijo: —Ya lo veras cuando lleguemos al departamento.

     Aun con la intriga, asentí.

     —¿Qué haces en tu trabajo?

     —Ante el retiro de mi padre, fui puesto como el presidente de la compañía. Es una compañía de modelaje. Diría que estoy encargado de que nuestros modelos siempre estén en la cima, así como también buscar nuevos rostros.

     «Tú también deberías ser un modelo, bombón» pensé.

     —¿Y te gusta tu trabajo?

     —No.

     Su respuesta me dejo perplejo. Fruncí el ceño y probablemente había hecho un puchero porque rio viendo mi cara. O simplemente mi rostro es muy feo. Nah, que digo, la enfermera ya me había prestado un espejo y me sorprendí al ver mi apariencia. Era un galán, sin presumir, claro.

     También debería decir que desde que vi las mechas verdes en mi flequillo, no he dejado de jugar con ellas. Incluso la enfermera, que por cierto su nombre es Minah, el otro día me ayuda a retocármelas.

     —¿Por qué? —le pregunté.

     —Mi padre dice que estoy haciendo un buen trabajo, y soy consciente de ello. Pero no me gusta porque me impide estar contigo.

     «Vaya, vaya. Es un sobreprotector y... ¡me encanta!

     —Pero ahora estas aquí —le escribí sonriente.

     —Bueno, sí —sonrió—. Puedo permitírmelo, soy el jefe y tu novio. Renunciaría si me lo pidieras. De hecho, tengo un despacho en nuestro departamento para trabajar desde ahí, pero... nunca es suficiente.    



¿No me recuerdas? || VharemDonde viven las historias. Descúbrelo ahora