Raisa y Jacob, desde su infancia, son dos almas destinadas a encontrarse. Raisa proviene de una familia cristiana y Jacob de una familia con problemas de drogadicción y en dónde Dios, no ha sido precisamente algo más que una palabra.
A pesar de su...
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Finales de octubre.
En un calendario escolar que inicia en Enero, después de casi diez meses de un año bastante pesado para las maestras de primaria, hay alegría y felicidad de que un ciclo escolar más se esté cerrando, y los niños puedan ir a casa para disfrutar de sus merecidas vacaciones. Los de primer año, como la pequeña Raisa, tendrán algunos meses para seguir practicando la lectura, y otros niños de años mayores como Margot: su hermana un año mayor, podrá practicar las sumas y restas.
—¡Maestra, Jacob le arrancó la cabeza a mi muñeca! —se queja la pequeña Margot.
Durante todo el año ha sido un llanto constante, todo indica que algo no hace química entre los juguetes de Margot y el pequeño Jacob de tan solo ocho años, pero es un tema que no comienza allí: desde que ambos comenzaron a asistir al jardín de niños ha existido un quiebre que nunca les ha permitido ser amigos, y para buena o mala suerte de la pequeña Margot, obligatoriamente le ha tocado compartir salón con el pequeño.
—Jacob, pídele una disculpa a Margot.
Sugiere la maestra.
Es un niño muy serio, pero desde ya demuestra que será un encanto de grande. Eso, si le cambia el carácter.
—Ella me aruñó —se excusa mostrando su brazo con señales de los arañazos de los cuales habla.
—Eso no es cierto maestra, él me pegó primero una patada y luego me quitó mi muñeca y le arrancó la cabeza —vuelve al llanto la pequeña.
El gesto de la maestra es de desesperación, está cansada de lidiar con ese problema todos los días. Por fortuna el timbre le salva de una pequeña discusión en la que sabe que por más que hable con los niños, o con sus padres, jamás logrará que al fin hagan las pases y que, al siguiente día, Jacob hará algo más para irritar a su compañerita y ella llorará amargamente quejándose de él.
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