24 - Despedida

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» 1 de diciembre de 2018

GONZALO

Elena...

No podía parar de pensar en ella. Su nombre no dejaba de sonar en mi cabeza y ya estaba comenzando a volverme loco. No entendía por qué había pasado todo esto ni en qué momento se derrumbó todo. No entendía nada.

Se fue de la misma forma que había llegado: sin ninguna explicación. La verdad era que yo no esperaba una. Solo quería que todo esto se terminara. No necesitaba tenerla frente a mí explicando lo que había hecho y por qué lo había hecho.

Lo único que odié de su partida fue que no me la esperaba, no me la imaginaba, y eso me dejó con demasiadas cosas atoradas en mi garganta. Demasiadas cosas que quise decirle y no pude.

Yo la amaba. La amaba tanto. La había tenido en cuenta para cada decisión, en cada momento. Era lo único que pasaba por mi cabeza día y noche. Le había cedido parte de mi tiempo, de mi vida, de mí, y lo único que ella supo hacer con eso fue tirarlo a la basura. 

Había creído en ella. Qué estúpido. Había creído cada palabra que salió de su boca. Cada mentira descarada. Cada te quiero, cada vez que me decía que yo la hacía feliz. Había ignorado por completo su forma de aprovecharse de mí. La había dejado entrar en esos lugares en los que no se entra con tanta facilidad. Le di permiso para que hiciera lo que quisiera conmigo, con mi vida, con mis sentimientos, creyendo que se los merecía, que los iba a cuidar. Pero me había equivocado.

Todo lo que creí que ella sentía, no lo había sentido nunca. Y lo que pensé que jamás iba a pasar, pasó. Me equivoqué al pensar que Elena se merecía algo de mí. Un sentimiento, un minuto, un pensamiento. No se merecía nada. Y sin embargo, todo esto lo iba pensando imaginándola frente a mí, escuchando todo lo que yo tenía para decirle. Seguía perdiendo el tiempo pensando en ella.

Una bocina me sacó de mis pensamientos hasta caer en cuenta que estaba manejando como el orto por haberme perdido entre las palabras que pensaba decirle. Las palabras que me habían quedado en el tintero.

Quizás había cometido un error al haberme ido esa noche sin escucharla, o al menos, sin mandarla a la mierda como se lo merecía, pero ya todo estaba hecho. No quería que me viera llorar, y tampoco quería decirle cosas de las que podría arrepentirme después, porque, a pesar de todo, yo seguía enamorado de ella.

Y en parte, por eso acepté salir esa noche, porque quería dejar de pensar un rato en su cara, en sus palabras. Quería que mi cabeza dejara de repetir en loop todas las noches que pasamos juntos, las mañanas en las que me despertaba y la tenía al lado, las veces que hacía pequeñas cosas, gestos, movimientos que me subían la temperatura y que para ella eran totalmente naturales.

Estaba harto de recordarla. Hartísimo.

Llegué al bar de mala muerte al que me habían invitado los chicos esperando que nadie nos reconociera. No quería sacarme fotos con nadie porque sabía que iba a salir con una terrible cara de orto. Pala me había avisado que estaban en la terraza, así que me dirigí hacia allá esquivando los grupos grandes de gente. Cuando llegué, él y Romina ya habían pedido unas cervezas, y me saludaron con un abrazo.

Romi me preguntó cómo estaba, y la verdad era que no sabía muy bien qué responderle. Sabía que estaban peleadas con Elena, así que no quería nombrarla mucho, por mi bien y por el de ella. Le dije que estaba mejor que antes, aunque en realidad sentía que empeoraba cada vez más.

Charlamos un rato sobre la final. Romina iría a vernos, y estaba tratando de convencer a Pala para que le regale una camiseta. Pero Pala siempre fue súper agarrado con sus cosas, no la veía tan fácil. Un par de cervezas más y se me hizo verla. No lo podía creer. El cuerpo se me congeló por completo. ¿Qué mierda hacía acá? Romina se dio cuenta de que estaba petrificado mirando a un punto fijo y volteó, mirando en mi dirección. Cuando me encaró, me di cuenta de que ella tampoco la esperaba acá.

» CULPABLE - Gonzalo Montiel « Where stories live. Discover now